Historia de
Philippa, hijo suyo es quien habla en
Frágil / Fragile
(en vídeo o texto normal, debajo)
Sucedió hace mucho tiempo, no había terminado aún la
primera década del siglo XXI, cuando Philippa Mothermum era todavía una
estudiante universitaria.
Vivía en la Gran
Ciudad lejos de su familia, en un pequeño departamento céntrico, la
residencia universitaria en la que estuvo en los primeros años de la facultad
había pasado a las delicias del olvido, irse de allí había sido un objetivo
primordial desde el día que llegó y fue lo que la impulsó a conseguir un
empleo.
Philippa era, ciertamente, una chica hermosa, pero
había algo que lastimaba su aspecto, una suerte de tensión u hostilidad, una
aspereza que, sin embargo, se suavizaba hasta la dulzura cuando no estaba
pendiente de él, en esos momentos era portadora de una belleza encantadora.
Era una persona activa, una no afectada jovialidad de
espíritu le permitía afrontar las exigencias de la facultad y del trabajo con
naturalidad y verdadero entusiasmo.
Tenía una mirada vivaz y
penetrante, aunque en sus ojos había una lejana sombra, algo que decía que no
todo estaba bien. Aquél, que era un rasgo que se había acentuado en los últimos
meses, sin embargo, parecía ser un detalle imperceptible para todo el mundo,
aunque tal vez no para quien tuviera un corazón dispuesto a conmoverse y a
sufrir por ella.
En aquellos días, alguna de las personas que
acostumbraban pasear a la misma hora y en la misma plaza en que Philippa solía
sentarse a leer, podría haber notado un ligero pero claramente perceptible
cambio en ella. Sus gestos, su forma de vestir, su modo de hablar… era una
persona más reflexiva, no había perdido ni una pizca de su jovialidad pero sí
había perdido el afán de ser el centro de atención.
Estaba sentada en el habitual banco de la plaza con un
libro en las manos, el bullicio de los chicos y el ruido de los motores de los
autos era el acostumbrado y no representaban una especial distracción para la
lectura, sin embargo no había avanzado más que unas pocas páginas esa tarde.
Sabía que esa temporada de exámenes no iba a ser la
mejor, pero eso no ponía en absoluto en peligro su carrera, sentía que todo
estaría bien en algún momento… De pronto las voces de los chicos se hicieron
más presentes, el corazón le dio un salto, y se sintió sola.
Vino a su mente el recuerdo del miserable que la había
abandonado hacía unos meses, y se sintió feliz por no extrañarlo, se había dado
perfecta cuenta que no lo amaba, y que tampoco lo había hecho antes. Tenía la impresión
de que habían pasado siglos…
Un chico de la calle interrumpió sus pensamientos, su
frágil pregunta volvió otra vez real el bullicio de la plaza, ella le dio un
caramelo y él siguió su camino. La ternura de ese chico desamparado le encogió
el corazón y estuvo al borde de un casi inexplicable sollozo. Se sintió
hondamente vulnerable.
Philippa estaba embarazada, y estaba sola.
Fue en la librería en que trabajaba donde sintió un
deseo furioso de librarse de esa situación, como si alguien se lo hubiese
sugerido poniendo ante sus ojos un trato siniestro, de aspecto ventajoso pero
en verdad terrible a la vez, que jamás había pensado.
Cierta vez llegué a suponer que
esa librería tenía algo misterioso. Fue allí precisamente donde el padre de un
amigo ubicaba el escenario de una especie de visión que decía haber tenido. Por
mi parte, a ese viejo miserable no lo hubiera imaginado nunca contando una historia,
pero la amistad con su hijo me permitió admitir que hasta ese hombre era capaz
de un gesto humano. Decía haberse visto por unos instantes a él mismo pero
viviendo una vida distinta, rodeado del afecto de su esposa y de sus hijos. Lo
cierto es que nunca prestó demasiada atención a su familia, es más, siempre
pareció que eran para él un fastidio, una molestia que lo distraía de su único
asunto importante que eran las finanzas de su empresa. Jamás había hecho
referencia alguna sobre aquella especie de sueño despierto que decía haber
tenido mientras compraba un libro, pero en los últimos meses de su vida lo
contó varias veces, en ese tiempo le había dado un ataque de humanidad: se emocionaba
fácilmente, preguntaba por sus nietos, a mí me resultó sorprendente que tuviera
conocimiento de la existencia de sus nietos.
Después me di cuenta que la magia no estaba en la
librería sino en el hombre mismo, en cualquier lugar que haya un ser humano hay
cierto aire de misterio a su alrededor. Según reflexionaba Chesterton el hombre
camina en un bosque rodeado de cientos de voces, la cuestión esencial es saber
a cuál de ellas debe seguir, él decía que no conocía otro criterio para ello
que el tratar de discernir cuál de ellas hablaba el lenguaje de la eternidad.
Y, aún en el centro de la
ciudad, era un sombrío bosque en el que Philippa trataba de hallar un claro de
luz. Caminó varias cuadras y entró a una iglesia. Aunque hacía tiempo que no
rezaba, la incredulidad era un veneno que no había entrado en su alma.
Difícilmente alguien la hubiera podido convencer con la idea de que un fenómeno
físico pudiera ser capaz de sentir amor o de ser consciente de sí mismo.
Sentía, sin embargo, esa perplejidad que con tanto dolor describía C. S. Lewis
por la muerte de su esposa, ante la cual cualquier explicación meramente
intelectual resulta una pedantería estúpida. Era una de esas situaciones en las
que la única salida es un crecimiento interior, una elevación del alma, porque
supone un arrojarse espiritualmente al vacío en el medio de la niebla con la
plena convicción de que unos brazos paternales alejarán en su abrazo todo peligro.
No sabía cuánto tiempo había estado en esa capilla,
simplemente había sentido plena libertad para dejar caer sus lágrimas, y, si
bien le parecía que no había rezado, resonaban en su alma unos versos, como si
ella misma los hubiera cantado con una suave melodía mientras miraba el
sagrario “…eres la luz clara, que ilumina
la cuna en mí formada…”
Los sucesos de aquellos días me fueron revelados por
ella misma cuando yo tenía unos diecisiete años, no sé si estaba preparado para
escucharlos. En cada una de sus palabras sentía como si mi existencia podría
desvanecerse. Recuerdo, con una claridad propia de una fotografía, el pocillo
de café frente a mí y las vetas de la madera de esa parte de la mesa, mientras
ella hablaba casi no me atrevía a levantar la vista, temía que una mirada
pudiera perturbarla y decidiera callar.
Desde ese momento empecé a comprender por qué ella
parecía poseer cierta inmunidad que le impedía caer en las estupideces de
algunas discusiones domésticas que en una época manteníamos con frecuencia mis
hermanos, mi padre (padre de ellos, en realidad, pero siempre lo llamé así) y
yo, se notaba que estaba realmente en un plano superior al que vivíamos el
resto de nosotros.
Sus ojos tienen hoy una mirada apacible, sin embargo,
aún hay en ellos una fuerza y una frescura francamente admirables, ya no hay
sombras de tristeza, pero sí vestigios de antiguas batallas en las que
ciertamente no había sido derrotada.
Gabriel Philipp Emanuel Mothermum, Abril de
2032