sábado, 11 de junio de 2016

Sobre Bufones...


Pequeña trilogía sobre este enojoso asunto

Tinelli... ¡Oh, Tinelli! I

¡Gracias Marcelo!
Mencionar por el nombre a una persona famosa o importante o poderosa, es una forma de mostrarse cerca, de sentirse parte, aún cuando esa persona sea alguien que ni siquiera sepa de la existencia del que lo menciona.
Sucede en las campañas electorales. Un candidato recorre los barrios, saluda a la gente, les da la mano… y para algunas personas simples esto basta. Los encuestadores lo saben (y los políticos también, lamentablemente): -“¿Qué imagen tiene Ud. de Carlos Romualdo Pichirochi Corna, candidato a Alcalde por la UDSM, Unión de Divisiones Sumadas y Mezcladas?: ¿Positiva? ¿Regular? ¿Negativa?” -“¿El Carlito? Anduvo por acá, es buen tipo es, por acá pasó, yo estaba acá en la puerta y me dio la mano”. Y para el pobre hombre el “Carlito” será buen tipo hasta el fin de sus días.
También sucede con Marcelo, cuando finalmente apareció durante la crisis del 2002 significó algo parecido a la alegría para mucha gente, y tal vez no pocos experimentaban algo parecido a la gratitud hacia él.
Pero ¿qué es lo que verdaderamente ofrece tras la fachada de simpática estridencia que conmueve a tantas personas en todo el país?
Quienes allí aparecen hablan seriamente, discuten, argumentan, lloran, se emocionan con verdadero entusiasmo por cosas que no tienen ninguna importancia, como por ejemplo un puntaje dado, o por una crítica supuestamente injusta, todo el mundo sabe que no es un verdadero concurso y sin embargo se actúa como si lo fuera.
Si todo esto no es más que un mal entretenimiento para muchos, no parece un gran problema, salvo una fenomenal pérdida de tiempo. Pero mientras tanto suceden algunos hechos lamentables.
Yo desearía que existiese la “Sociedad Protectora de los Autores y Compositores” o tal vez la “Sociedad Protectora de las Obras de Arte” o alguna institución que sea capaz de interponer un recurso legal para impedir que algo que es un patrimonio de la humanidad sea usado para limpiar el piso.
Una música compuesta por uno de los más grandes compositores de la historia para expresar el júbilo por el Mesías esperado por miles de años, una música celebrada por millones de personas desde hace más de doscientos años en todo el mundo, es usada aquí, entre exclamaciones y alaridos, para aplaudir un puntaje de este grotesco concurso.
Como si eso fuera poco, por una característica de la psicología humana, generaciones de argentinos tendrán, por años, inevitablemente asociada a esta música majestuosa unas imágenes ridículas.
Esto solamente ya constituye un daño que no hay dinero que lo pueda pagar.
Existen personas talentosas que pasan años de sus vidas estudiando alguna disciplina artística que, por supuesto, no tienen acceso a esta vidriera observada por el gran público, salvo que paguen el humillante precio de abandonar sus elevadas pretensiones de delicadeza estética.
Existen otras personas que tienen un gran deseo de fama y dinero, ninguna pretensión artística seria y una actitud de completa desfachatez, ellas son las luminarias de esta escuela de plebeyismo. 
Entonces el mal que significa esta verdadera prohibición que sufren los legítimos artistas se multiplica en la sociedad ya que se la priva de ellos, y se les da a cambio gente que no solo no tiene nada para ofrecer artísticamente sino que lo que brindan es degradante y lamentable.
Otro chistoso de alcance nacional de similares características, aunque de un éxito no tan sostenido, ha hecho también su aporte a la civilización: (cito de memoria) “Ah, no señor, las cosas antes eran distintas, había más respeto. (En mi casa) el viejo llegaba de trabajar y la vieja le tenía la comida lista, él se sentaba a la cabecera de la mesa, entonces la vieja le preguntaba “¿Va pedir la bendición?” Entonces el viejo…”  Y ahí venía una grosería del más bajo nivel que no tengo ganas de escribir que ponía en ridículo a la vieja, a la mesa familiar, a la Fe, a las buenas costumbres… ¡qué fácil resulta destruir! Y sigue “... No, el viejo no creía…”  ¡Miserable! Ya que cobrás por eso por lo menos te hubieras tomado la molestia de armar mejor la ridícula historieta: ¿Por qué la vieja le iba a preguntar si iba a pedir la bendición cuando “el viejo no creía”? ¿La vieja no debería haber sabido desde hacía tiempo que el viejo no creía? La pregunta no tiene ningún sentido, salvo que la vieja haya sido increíblemente necia; aunque, después de todo, considerando el pensamiento del hijo de acuerdo a su discurso, esto último es una posibilidad digna de ser tenida en cuenta. Se trata, tal vez, de una verdadera desgracia: que este infortunado haya heredado la necedad de la vieja y la falta de fe del viejo, que acaso era también un necio.
Me podrán decir que estoy tomando en serio algo que era simplemente un chiste. Pero el caso es que esta gente tiene el problema contrario: nada es tomado en serio, las cosas serias no son tomadas en serio. Lo único tomado en serio es el hecho de ganar dinero con las más bajas tendencias del ser humano. Ensuciar, ridiculizar, escupir sobre las cosas nobles es un acto de un vulgar canalla. Pero cuando la vulgar canallada es una actitud paradigmática para millones de personas es por lo menos inquietante para quien tenga un mínimo deseo de una sana convivencia con su familia y con sus vecinos.
Otro aporte a la civilización que hace el pobre Marcelo es su contribución a la legitimación de la desvergüenza. Décadas atrás, algunos hombres amparados en las sombras de la noche, frecuentaban lugares de mala muerte, y, a cambio de unos pesos, podían ver un espectáculo indecente. Hoy, esa misma clase de hombres no necesitan arriesgar sus vidas y su reputación en semejantes antros, gracias a Marcelo (y luego a los consabidos imitadores -aunque él tampoco es original, después de todo-) pueden  acceder a una función digna de un burdel en sus propios hogares ya que está respaldada por el simpático y respetable rótulo de “para toda la familia”.
Y he aquí otra cuestión inquietante, algunas mujeres que hace dos décadas no permitían a sus hijos ver algunos programas de TV porque éstos eran “guarangos”, hoy junto a sus nietos se sientan a disfrutar de lo que Marcelo les brinda.
Un autor sostenía que los errores que se convertían luego en serios problemas para el género humano siempre provenían del ámbito intelectual y no de la gente común. Las universidades y los centros culturales son vehículos del conocimiento, pero cuando las ideas son erróneas también se filtran y propagan en esos recintos. De esta manera las personas ajenas a estos ámbitos como los obreros, las amas de casa, los niños, estaban (al menos momentáneamente en el caso de estos últimos) exentos de peligro. Algún cínico podrá agregar: también estaban exentos del conocimiento. Sin embargo, la universidad no tiene contrato de exclusividad con el conocimiento, así que de ninguna manera se encontraban exentos del conocimiento, conocían lo que necesitaban conocer para sus vidas sencillas, además, una persona sencilla puede tener una gran percepción de la realidad cuando sabe observar, porque cada pequeña porción del universo envuelve un misterio que excede al universo mismo.
Por eso, otro favor que realiza este benefactor de la humanidad, es acercar, hacer de nexo entre ideas verdaderamente corruptoras y las personas sencillas: dejando de lado la incomodidad y la inaccesibilidad de las explicaciones académicas, estas ideas se traducen en actitudes que serán mostradas y aceptadas como normales, aunque de suyo no lo sean.
Esto es algo muy serio, la gente común que con su sola vida sencilla  rebatía las más extravagantes teorías de hombres más doctos pero mucho más extraviados, era gente que podía reconocer la nobleza y la bondad de un sabio y que desconfiaba de los embusteros y charlatanes, era gente que durante siglos fue inmune a ciertos virus del pensamiento pero, lamentablemente, hoy ya no lo es, y festeja, contenta y optimista, brindando con copas de veneno. Hablando en general, el hombre que va todos los días a trabajar, la mujer que encontramos haciendo las compras en el almacén (o supermercado), en otros tiempos pertenecientes a la noble estirpe de las personas sencillas, han dejado de ser sencillos, ya que pueden opinar de todo, porque miran televisión, y han dejado de ser los dignos portadores del sentido común.
Sin embargo, en el corazón humano brilla, aunque a veces muy tenue, la luz de una llama eterna. Hay, en distintos rincones de la patria, personas que después de haber ensayado toda clase de estrategias como la argumentación serena, la discusión acalorada, la indiferencia y hasta el silencio obstinado, abandonan con una amable excusa la mesa familiar y se retiran a otra habitación o al patio donde no siempre les resulta fácil reprimir una puteada argentina al popular Marcelo, siendo, sin embargo, capaces de recomponerse al momento y elevar una oración no solo por sus seres queridos, quienes se encuentran aún cenando subyugados por la colorida estridencia, sino también por el mismísimo irritante conductor.
Este crecimiento en la virtud de la caridad que les significa a algunas personas es también gracias a Marcelo, aunque así como probablemente ignora los males que ocasiona, este bien, que es una especie de efecto colateral de aquellos males, también le ha de resultar desconocido.
Quienes lo festejan dicen agradecerle porque les permite olvidar sus males, pero quien para olvidar sus males se embriaga hasta perder la razón, ha caído en otro mal y el mal tiene el desagradable aspecto de algo arruinado, marchito.
Las ideas que han venido desde el sur han sido hasta ahora traídas por vientos fríos como la muerte. Pero todavía hay tiempo, no es imposible que una brisa suave y fresca como la vida comience algún día a soplar desde el mismo lugar sin arruinar la verdadera alegría de la que Marcelo puede ser capaz y de la que pueden ser capaces tantos hogares argentinos.
Es perfectamente posible. Por qué no, después de todo.

Tinelli... ¡Oh, Tinelli! II

Tinelli... ¡Oh, Tinelli! III


“Bufón del reino” -tanto la canción como el cuento- tiene, ciertamente, aplicabilidad al conductor mencionado, pero no de forma exclusiva, hay numerosos personajes mediáticos que también tienen puntos de contacto con esta historia.
Pero la analogía tiene más de analogía que de semejanza, el Bufón es un ser maléfico y esta gente son, después de todo, unos pobres tipos que lo que quieren es ganar plata… el asunto es ver cuál es el precio de ese dinero.
No son monstruos, claro está, no son personas que tengan por objetivo arruinar la sociedad, ellos pueden poner en pantalla algo enternecedor o pueden también mostrar la más absoluta bajeza, el único requisito a cumplir es que el rating esté midiendo a cada instante lo que se espera.
El dinero es un medio -¡quién lo duda!- para hacer cosas, pero se vuelve peligroso cuando empieza a convertirse en un fin.
Según el consejo de San Ignacio uno debe utilizar las cosas tanto cuanto lo acerquen a Dios, y alejarse de ellas tanto cuanto lo alejen de Él. Pero si el dinero es el fin, uno termina utilizando las cosas tanto cuanto dinero dan y alejándose de ellas tanto cuanto menos dinero representen… así, la obtención de dinero se convierte en un criterio moral: es bueno si da dinero, no importa qué sea. “No se puede servir a Dios y al dinero”, y no es ninguna exageración.
Y sobre el rating no vendría mal recordar aquello que el cómico Juan Verdaguer contaba como un chiste pero que es para pensar:
Si uno tiene rating no hay de qué preocuparse, pero si uno no tiene rating tiene dos cosas de qué preocuparse: si uno tiene trabajo o si uno no tiene trabajo.
Si uno tiene trabajo no hay de qué preocuparse, pero si uno no tiene trabajo tiene dos cosas de qué preocuparse: si uno pasa hambre o si uno no pasa hambre.
Si uno no pasa hambre no hay de qué preocuparse, pero si uno pasa hambre tiene dos cosas de qué preocuparse: si uno está bien de salud o si uno está enfermo.
Si uno está bien de salud no hay de qué preocuparse, pero si uno está enfermo tiene dos cosas de qué preocuparse: si uno se va a morir o si uno no se va a morir.
Si uno no se va a morir no hay de qué preocuparse, pero si uno se va a morir tiene dos cosas de qué preocuparse: si uno se va a ir al Cielo o si uno se va a ir al infierno.
Si uno se va a ir al Cielo no hay de qué preocuparse, pero si uno se va a ir al infierno… ¡se va a encontrar con tantos que tienen rating!
¡Y esperamos que no! Es bien cierto que a cualquiera que esté aferrado a algo que cree que le va a dar felicidad, o por lo menos seguridad, le resultará muy difícil abrir sus manos y dejarlo ir, aunque se dé cuenta incluso que le está haciendo daño y que él mismo está haciendo daño a los demás. No es un asunto fácil, para nadie.
Sería bueno que estas personas de los medios que tanto daño hacen y que tanto daño se hacen sean protagonistas de una verdadera metanoia y cambien el rumbo. 
Es perfectamente posible, como decíamos más arriba… por qué no, después de todo.
Pero no son éstos, unos tiempos adecuados para darnos el lujo de ser ingenuos. Esperamos su metanoia, sí, por supuesto. Podemos rezar por ellos y por los que los siguen, sí ¡cómo no! Pero a otro con sus gritos, con sus estridencias, y con todo el abanico de sus galardonadas superproducciones completamente incapaces de ocultar con tanto estruendo y colorido la pobreza de lo que ofrecen.
Y pueden darles todos los Iron Martin que quieran ¿en qué cambia eso? y cualquier otra clase de premios que les venga en gana… ¿a quién puede importarle? ¿a quién puede importarle el autobombo de toda esa gente?...
-Bueh… ¡¿a quién puede importarle?! A los millones de tipos que los siguen, que les dan rating, y que les dan poder, en definitiva…¿Y a nosotros quién nos escucha? ¿Eh? Dígame un poco…
-Nos escuchan unos pocos, es cierto, unos pocos amigos… ¿Usted se da cuenta de que estamos como el trovador y el juglar del cuento?
-Sí, sí… pero nos faltan los caballos y “el cielo crepuscular”… Acá en el subte ¡qué “cielo crepuscular” ni qué ocho cuartos…! ¿Cuánto hace que no ve un atardecer como la gente usted?
-Y… salvo los fines de semana… rara vez... La verdad es que nosotros vamos a poder decir como en el cuento de don Luis Landriscina “¡Ni intemperie no teníamos!”...



Bufón del reino
Los artistas participantes no necesariamente comparten las opiniones vertidas en este blog.
Composición, música, letra, arreglos, guión y edición del vídeo: Raúl Squilache
Cantan: Alfredo Dupont, Alejandro Vilar, Raúl Squilache y Coro de la Facultad de Ciencias Económicas UNER (Dirección: Eduardo Retamar)
Guitarra: Raúl Squilache
Batería: Gustavo Ruiz
Grabado mezclado y masterizado en Vitrola Records por Gustavo Villanueva y Raúl Squilache
Dibujos: Raúl Squilache excepto algunos rostros del bufón, dibujados por Javier H. Leguizamón
Dibujo del comienzo de la nota: Javier H. Leguizamón (rostro del bufón), Raúl Squilache (chicos y efectos)