sábado, 3 de septiembre de 2016

Un nuevo sol


Un nuevo sol
El problema tal vez sea haber empezado por creer en una Nueva Iglesia que estaba por venir, que estaba llegando, que iba a poner el Mundo realmente de Colores, que iba a dejar para siempre de lado aquel mundo viejo, de odios, de guerras, de egoísmos, que la Vieja Iglesia jamás supo cambiar porque se ocupó en señalarlo con el índice acusador en vez de palmearle la espalda como hacemos, y hemos hecho, nosotros.
Otro problema es que hace tiempo ya que hemos dejado de ser esos jóvenes entusiastas y la Nueva Iglesia no ha terminado nunca de llegar, por un lado porque no parece haber manera de sacudirse del todo los resabios de la Vieja Iglesia, y, por otro, porque las luminarias de la Nueva Iglesia finalmente no nos han deslumbrado, y, en definitiva, nos han parecido unos pobres LEDs parpadeantes y agonizantes que no nos han resultado mucho más atractivos que las viejas velas de cera. Además, estas nuevas luminarias no solo no nos han deslumbrado sino que, en ocasiones, su más elemental conducta ha sido realmente decepcionante.
El problema tal vez sea que hemos creído que esta Nueva Iglesia le haría llegar al Mundo el paraíso, y vimos que, finalmente, eso era tan utópico como lo son las promesas, tanto del comunismo como del liberalismo, de que algún día llegaríamos a un Mundo Feliz, a un Mundo de Paz y Prosperidad.
Por eso ahora que somos grandes, pero no tanto como para resignarnos del todo a que los sueños dejen de cumplirse, es que dejando de lado todas las diferencias -políticas, ideológicas, de raza, y, sobre todo y muy especialmente, religiosas- nos vamos con todos y todas para trabajar -tal vez no como hermanos, tal vez no como verdaderos amigos, pero al menos juntos contra algún enemigo común, en la calle, codo a codo y tratando de ser mucho más que dos- por un mundo mejor.
Este camino es una forma nueva de canalizar nuestros sueños juveniles, por eso es que nos resulta tan atractivo, rebelarnos contra las viejas estructuras y trabajar por un mundo nuevo, pero… para ser francos, debemos decir que está bastante lejos de llenarnos el alma…
Y no puede este sucedáneo llenarles el alma… porque es algo demasiado pobre para esos corazones generosos de aquellos muchachos entusiastas que fueron cautivados en su juventud por los promotores de la Nueva Iglesia, quienes, a su vez, estaban viviendo, en esos primeros años del posconcilio, un entusiasmo propio de una conversión. Porque a principios del siglo XX se había hecho mucho hincapié en el temor, lo que hizo mucho daño a la Iglesia, como dijo un sacerdote que nadie podría tildar jamás de “progresista”.
De alguna manera veían a la Nueva Iglesia como un trigal iluminado por el sol de la mañana y a la Vieja Iglesia como un extenso campo de cizaña en un oscuro día de inverno, la Nueva Iglesia sería una especie de resurgimiento de la pureza de los primeros cristianos, aunque no un mero resurgimiento sino, acaso, un perfeccionamiento a causa de una moderna amplitud de miras, conectados por un puente mágico que sorteaba unas épocas tenebrosas.
Pero eso era, en cierto modo, empezar por creer en la Nueva Iglesia antes de haber creído en la Iglesia. Si uno cree en la unidad de la Iglesia debe creer no solo en la unidad a través de la geografía sino a través del tiempo. Desde los primeros tiempos hasta hoy la Iglesia, la verdadera Iglesia, ha estado presente, y siempre ha habido trigo y cizaña, en distintos porcentajes… La barca de Pedro ha venido navegando y pasando por distintas tormentas desde sus primeros tiempos hasta hoy.
Tal vez quienes más insistieron en estar libres de prejuicios para mirar hacia afuera, más llenos de prejuicios están para mirar hacia adentro, porque han recibido preconceptos (y se han hecho eco de ellos) que juzgan a la Iglesia y que, por supuesto, la declaran culpable.
Misterioso paralelismo con su Fundador, desde su nacimiento sufrió la persecución: Herodes y la muerte de los Santos Inocentes - el Imperio Romano y los mártires de los primeros tiempos de la Iglesia; luego de la persecución: la vida oculta de Jesús - el auge de la vida monástica; tiempos de conquista y victoria (humanamente hablando, porque su verdadera conquista y victoria fue en la cruz): el renombre y la fama de Jesús por su prédica y las muchedumbres que lo seguían - el renombre y las grandes obras de la Iglesia y el auge de la Cristiandad; el vía crucis: el misterio de la iniquidad llevará a la muerte a Cristo - y la Iglesia empezará su largo vía crucis, que llega hasta hoy, desde los tiempos de Lutero, en lo espiritual y desde la Revolución Francesa en lo temporal. Y si Cristo fue tentado en el desierto, ¿no lo sería la Iglesia también? El fariseísmo y la vacuidad son cosas horribles tanto antes como después del concilio, con máscaras distintas, con estéticas distintas, pero horribles al fin.
¿De qué podía acusárselo a Cristo? cualquier mentira venía al caso, lo que fuera, que habría dicho  (en su tiempo de “conquista y victoria”) que no había que pagar el impuesto al César, que destruiría el templo y que lo volvería a edificar, cualquier cosa… lo único que importaba realmente era que se hacía Hijo de Dios, por eso debía morir. De la Iglesia puede decirse, también especialmente de su tiempo de conquista y victoria, cualquier acusación, y no importa que se pueda demostrar claramente que las acusaciones sean falsas, o que las malas acciones llevadas a cabo por hombres que la integraban hayan sido hechas contrariando la recta doctrina. No importa nada, lo único que realmente importa es que ella se hace portadora de la Verdad, por esa razón hay que hacerla a un lado, su “sola presencia nos resulta insoportable”.
Es estremecedor también ver de dónde vienen las más dolorosas acusaciones, en ambos casos se trata de las autoridades religiosas.
Llegará el día, más tarde o más temprano, en que estos queridos muchachos (¡y muchachas! claro está) de corazones generosos y que aún son jóvenes entusiastas (¡aunque estén lejos de ser teenagers!) llegarán a la conclusión de que durante la Pasión -mientras seguimos trabajando haciendo el bien que podamos- tendremos todos que imitar a Juan, aquel joven Juan que estaba junto a la Madre, con lágrimas en los ojos, mientras el Mundo se ensañaba con el Justo, acompañándolo en el sufrimiento, pero esperando, en medio de la última tormenta, algo que no era simplemente nuevo, sino que Es eterno, el Sol de la Resurrección.