lunes, 25 de enero de 2021

El manjar no dado y la luz no ofrecida

Quien estuviese apenas atento podría comprobar que en ciertos ámbitos educativos la palabra “alumno” está siendo constantemente evitada como si se tratara de algo que, de pronto, se hubiera revelado como un calificativo que no debe decirse.

Hay docentes que, espantados por la noticia, se han esforzado en abandonar rápidamente su uso, y la han sustituido por “estudiante” que, sin dudas, les resulta mucho más correcta.

Es que ha habido quienes se sintieron iluminados y creyeron rescatar de la oscuridad el significado de esa palabra, que es silenciada ahora casi con vergüenza, como símbolo de lo que eran capaces las mentes altivas y tenebrosas de otras épocas. 

Tal hallazgo encendió una luz en la mente de los docentes, pero fue solo una luz de alarma… Una falsa alarma…

Si alumno significara “sin luz”, como se ha hecho creer, no debería constituir escándalo alguno, después de todo… Pues aquel que quiere aprender algo, es porque se halla en oscuridad en determinados asuntos... en los cuales espera que alguien lo ilumine. ¿Cuál es el problema?

Sin embargo, “alumno” no significa “sin luz”, su significado tiene que ver con “ser alimentado” (del latín alumnus, de alĕre "alimentar"). 

Sucede algo extraño. Hay docentes, que aun probablemente ya enterados de su verdadero significado, siguen evitando su uso. 

¿Por qué sucede eso?

Tal vez porque temiendo que hubiera quienes perciban la expresión como insultante, prefieren dejarla a un lado.

Sin embargo, son las mismas personas las que se permiten utilizar la palabra “iluminar” para simplemente decir que alguien explicará algo. Por supuesto, si tal explicación se tratara de una revelación de alguna verdad trascendente, se justificaría ampliamente su uso, pero decididamente será una trivialización si lo que se está haciendo es dar detalles sobre el llenado de una planilla de asistencia.

Es extraño también que la misma gente que evita la palabra “alumno”, pueda decir con total naturalidad que "la encargada de la acogida será la señora tanto". El uso de tal frase en Argentina tiene solo dos explicaciones, o bien el que la dice, la dice haciendo una verdadera ostentación –deliberada o no– de ingenuidad –simulada o no–, o bien el que la dice está decidido a hacer un buen uso del idioma aunque la vulgaridad de la plebe se empecine en interpretar otra cosa. Tal vez haya quien pueda tener en mente que con eso está haciendo, de alguna manera, una tarea docente… en lo cual tampoco habría que descartar del todo que hubiera una verdadera ingenuidad.

Sin embargo, no hacen eso con la palabra alumno. Al parecer, prefieren sumarse a la corriente seudoiluminada, tal vez para evitar ser mal vistos por el inasible gremio de los ofendidos, cuyas molestias devienen en instantáneas y aplaudidas tiranías.

Pero en el fondo hay algo mucho peor en el hecho aparentemente inocuo de no señalar el verdadero significado de una palabra.

La palabra alumno hace referencia a alguien que es alimentado. Y el buen alumno de hoy tiene que estar con los ojos bien abiertos para saber en qué docente puede depositar su confianza, para saber de qué docente está recibiendo buen alimento y de cuál no.

La palabra estudiante, en cambio, se refiere a la propia condición de quien estudia. Un buen alumno necesariamente debe ser un buen estudiante. Esa palabra lo sitúa en relación al conocimiento al cual se dispone, pero no respecto de la persona que le enseña. El autodidacta, por ejemplo, es un estudiante que tranquilamente puede no ser alumno de nadie, e indudablemente no lo es de nadie en particular.

El docente que abandona la palabra alumno, de alguna manera se está desligando también de aquel a quien enseña. Además, al asumir la falsa significación como verdadera y, a la vez, al rechazar la palabra, se está desligando, conscientemente o no, de la responsabilidad que significa poner luz allí donde hay oscuridad.

El verdadero docente sabe que sus palabras son alimento para el alma de quien lo escucha. Lo cual es, indudablemente, digno de “temor y temblor”. Pero bueno, de eso se trata. Es algo a la vez simple y elevado, pues lo que debe hacer no es otra cosa que reflejar la luz que ha recibido para hacer que los demás vean lo que él ha visto.

Por supuesto, es inevitable a veces que el docente tenga en sus clases a personas que no estén interesadas en lo que ofrece, personas cuyo único interés sea la compleción de un trámite.

Pero no haría mal el docente en tener la delicadeza de considerar “alumno” incluso al más indiferente de sus oyentes, pues mucho tiempo después, el recuerdo de una palabra suya puede hacer que el más distante de los estudiantes considere digno de recibir aquello que alguna vez le fue ofrecido, transformándose así, secretamente, en “alumno”.

Tal conversión acaso permanezca ignorada por el docente, al menos mientras aún esté caminando sobre esta tierra. Pero, sin dudas, no será un secreto para Dios.

Como debería estar claro, el título del artículo hace específica referencia a la omisión de la palabra “alumno” (que, según la correcta etimología, tiene que ver con la alimentación, y, según la falsa etimología, tendría que ver con la luz), no a la concreta labor del docente.