Papá Noel:
¿aliado o enemigo?
(el monje)
Aparece
ayer (*) un artículo en el vidrioso diario La Nación, de una mujer muy segura y
pagada de sí, contando por qué le va a explicar a su hijita de 4 años que [el personaje carece de entidad y que los recursos pecuniarios, administrativos, etc., etc. de los cuales emanan los obsequios yacientes al pie de la chispeante conífera provienen de] ella, qué tanto.
Y
claro, me acordé de cómo el cristianismo, a veces con tanta vehemencia, lucha
contra este personaje de fantasía, por creer que conspira contra el Pesebre y
el Niño Dios. En ambientes conservadores se suele dar esto con notable
beligerancia y en la volteada termina cayendo hasta el mismo arbolito de
Navidad e incluso los regalos… todos “enemigos” del Niño.
Y
yo no estoy tan seguro de que lo sean…
Y
ahora que leo lo de esta arrogante señora, mucho menos.
Y
caigo en la cuenta de que en los tiempos que corren Papá Noel también va al
muere, está en extinción, le quedan pocas temporadas de vida... y esto por la
misma razón que se extinguió antes la Navidad del Niño Dios. El racionalismo
pragmático lo va erosionando y destruyendo todo. Va por todo.
A
esta altura, creo yo, Papá Noel debería ser un buen aliado nuestro en la lucha
contra el mundo. No es el enemigo. En verdad todo ejercicio de fantasía
hiperrealista, de magia conmovedora, de ritos inexplicables, abonan el terreno
para la Fe. Me parece que ha sido una mala estrategia la de pegarle al Gordo
bonachón: en definitiva él nunca quiso competir con Jesús. Es como pegarle al
Bautista por no ser el Mesías...
Nada
más perverso y más distorsionante de nuestra cosmovisión que un adulto
diciéndole a un niño: aquí los regalos los hago yo. Ajá. Le doblaría varias
veces mi pulgar derecho ante sus ojos en señal de "haceme creer que
volás". Ese es el verdadero "enemigo", no Papá Noel: el súper-hombre
emancipado que se cree amo, dueño y señor de sus propias erogaciones. Cuando al
niño se le rompa esa ilusa mentira, se enterará de que sus padres le mintieron
en docenas de asuntos más: cuando le decían que ellos otorgaban la salud por
abrigarle, que ellos eran los autores de la educación por mandarlo al colegio,
que ellos le construían la vida, por darle plata. ¿Hay ilusión más monstruosa
que esa?
Papá
Noel no es Cristo, pero bien puede ser su paje y precursor. Un allanador de la
magia y sorpresa y asombro y gratitud ante el Misterio más grande. Al menos
resulta un buen aliado en esta noble experiencia de que los regalos –y la vida
está llena de ellos– nos llegan de arriba: no los compramos ni fabricamos
nosotros. Nos llegan, a cambio de nada. ¿Crees esto?
Pobres
los hijos de esta penosa cultura, cuando un día, decepcionados, tengan que
recriminarle a sus mayores: ¿En qué más nos mentiste, hombre moderno?
Vaya
en mi defensa este maravilloso párrafo de otro gordo, que lo dijo mucho mejor:
Mis experiencias
con Papá Noel
(el otro gordo)
Siendo
chico me encontré con un fenómeno que requería explicación; colgué una media
vacía de la punta de mi cama que a la mañana siguiente apareció convertida en
una media con un regalo adentro. Yo no había hecho nada para producir las cosas
que estaban dentro. No había trabajado por esas cosas, ni las había hecho ni
ayudado a fabricarlas. Ni siquiera había sido bueno–lejos de eso. Y la
explicación suministrada era que un cierto ser que la gente daba en llamar Papá
Noel se hallaba dispuesto benevolentemente respecto de mi persona. Desde luego,
la mayoría de la gente que habla de estas cosas suelen verse atacadas de un
cierto estado de confusión mental a raíz del cual se les da por atribuir enorme
importancia al nombre de esta entidad. Lo llamamos Papá Noel porque todo el
mundo lo llamaba Papá Noel; pero el caso es que el mero nombre de una divinidad
no pasa de ser una etiqueta. Su nombre verdadero bien podría haber sido
Williams. Podría haber sido el Arcángel Uriel. Lo que nosotros creíamos era que
un cierto agente de notable benevolencia había querido darnos esos juguetes a
cambio de nada. Y, como digo, lo sigo creyendo.
Sólo
he ampliado la idea. Por entonces sólo me maravillaba pensando quién pudo haber
sido el que había puesto los juguetes en la media; ahora me pregunto quién puso
la media al lado de la cama, la cama en el cuarto, el cuarto en la casa, la
casa en este planeta y el planeta en el vacío. Hubo un tiempo en el que me
conformaba con agradecerle a Papá Noel por un par de muñecos y algunos petardos,
pero ahora le doy gracias por las estrellas y los rostros en la calle y el vino
y el grandioso mar. Hubo un tiempo en que encontraba delicioso y maravilloso
encontrarme con un juguete tan grande que apenas si entraba a la media por la
mitad. Ahora cada mañana estoy encantado y admirado de encontrarme ante un
regalo tan grande que ni dos medias alcanzan para contenerlo–y luego, pasa que
deja buena parte afuera: se trata del inmenso y absurdo regalo de mi propia
persona, sobre cuyos orígenes no tengo sugerencia para formular a no ser la de
que Papá Noel me lo regaló en un arranque de una muy peculiar y absolutamente
fantástica benevolencia. (Extracto del artículo "My Experiences with Santa
Claus", G. K. Chesterton, Black and White, 1903, reimpreso en The London
Tablet, 1974) (Traducción: J. Tollers).
En defensa de
Papá Noel
(un tipo)
Invariablemente
e inevitablemente todos los años aparece alguien que informa con carácter
inaugural que “Papá Noel nada tiene que ver con la Navidad”, y se convierte, a
veces, en un entretenimiento pagano el arrojarle dardos a este personaje. Lo
que más lamento es que muchos chicos quedan a veces en medio de este fuego
cruzado, que en realidad es fuego desde quienes lo atacan e inconsistencia y
sentimiento de culpa por quienes ni pueden defenderlo.
Quienes
lo atacan suelen ser despiadados, si van a una casa y encuentran que alguna
bola del árbol de Navidad tiene una imagen de Papá Noel, no resisten la
tentación de sacar esa bola del arbolito y romperla, pero no contentos con eso
la hacen añicos, miles de pedacitos de manera que la imagen quede totalmente
irreconocible. Esto es, evidentemente, una exageración, no hace falta romper
tanto las bolas.
La
ingenuidad (al menos en la superficie) y paganismo de muchas películas
norteamericanas sobre este tema hacen que algunos detesten al personaje.
Además,
está claro que si hay un santo en el origen del Papá Noel hoy está totalmente
diluido y poco reconocible, está claro también que su imagen suplanta lo
esencial de la Navidad, y que la Navidad se toma hoy como un acontecimiento
comercial, etc., etc..
Pero,
me parece, en cierta manera es providencial que sea esta figura la que esté tan
manoseada en las vidrieras, en la publicidad en general; digo, tal vez nos
molestaría mucho más, tal vez sería mucho peor, si usaran la imagen del Niño
Dios para por ejemplo vendernos un pan dulce o una sidra.
Dando
por hecho que se ha instaurado la costumbre de hacernos regalos en Navidad no
me parece que un matrimonio cristiano caiga en una aberrante idolatría si les
dice a sus pequeños hijos que Papá Noel les trae regalos a los niños para que
estén contentos, para que estén felices porque ha nacido el Niño Dios. (No
admito la objeción de que a la Navidad no hace falta agregarle la alegría
humana de un regalo, salvo que el que hace la objeción se abstenga de todo
brindis y/o comida especial en esa fecha).
No
digo que haya que hacerlo, pero digo que hay que dejar tranquilos a quienes
quieren usar esta imagen.
Quienes
quieren seguir atacando tienen ahora nuevos aliados, en estos días apareció un
informe diciendo que la figura de Papá Noel es nociva por su vida sedentaria,
que es gordo y que fuma.
La
imagen de Papá Noel, a la que han recurrido gente como Tolkien o C. S. Lewis,
es la irrupción de un cuento de hadas en la vida de todos los días. Esto tiene
el efecto de lo que han llamado “recovery”, recuperación; la vida que, por
momentos, nos parece monótona, sin sabor, de pronto aparece algo que nos hace
ver que estamos en una realidad maravillosa, y renovamos el modo de ver
nuestro alrededor.
(*) el texto no fue escrito en la fecha en que aquí se publica. Y las cursivas entre corchetes son, obviamente, una entrometida traducción del autor del blog, al solo efecto de mandar amablemente a jugar afuera a algún eventual niño que ande por aquí
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