Está claro que aquellos que tienen la
responsabilidad del gobierno de una institución no pueden controlar todo, ya
que por más empeño y dedicación que pongan no pueden ver lo que sucede en los
sitios más alejados de sus oficinas, por lo tanto, es entendible que, teniendo
en mente el bien de la institución, sea para ellos muy difícil resistirse a cosechar
los frutos de la delación.
Muy poco probable sería que quienes
cuentan con criterios morales sólidos fueran a promover que sus subordinados
hablen mal unos de otros. Sin embargo, tal vez no sea tan poco frecuente el
hecho de permitir que un empleado de aspecto aparentemente dolido y preocupado
por cosas que suceden se acerque a contar su particular punto de vista sobre
ciertas formas de actuar de algunos de sus compañeros de trabajo.
Salvo en el caso de que quien informa
sea un excelente actor, tal vez no sea demasiado difícil distinguir aquel que comunica
algo movido por una genuina preocupación respecto de aquel que comunica algo con
intención de quedar bien él o de dejar mal a alguien, o de aquel que presenta su queja por una simple
debilidad de carácter que le impide enfrentar una situación.
Pero el punto es que si el que gobierna
espera obtener un beneficio para la institución permitiendo tal costumbre
francamente no sabe lo que está haciendo, porque lo que obtendrá —tal vez
lenta, pero inexorablemente— será un ambiente infectado de una creciente
suspicacia y de un gradual resentimiento.
La idea le parecerá efectiva, pues sabe
que el discreto inciso “hay gente que se ha quejado” genera una sensación de
estar observado a tiempo completo y de que los ojos y oídos de cualquiera
pueden ser los ojos y oídos del jefe. Por lo tanto –entenderá–, todo el mundo
cumplirá prolijamente sus tareas.
Pero el resultado será que cada uno de
los subordinados empezará a cuidar mezquinamente su quintita, dejando en un
segundo plano cualquier otro objetivo. El amor que un empleado pudo haber
tenido por la institución habrá empezado a enfriarse desde el momento y en la
medida en que lo han hecho sentir observado meramente como una pieza de una máquina.
Por supuesto, si el máximo lucro es el
único objetivo de los que mandan, si el ascenso es el único objetivo de los
empleados, sin importar qué cabezas hubiera que pisar… bueno, no hay mucho más para
decir, a excepción de que habría que rezar por esa pobre gente.
Pero para los otros lugares, para
aquellos donde haya otros objetivos –además, eventualmente, y por qué no, de lo
económico–, es decir, para aquellos sitios donde lo humano no haya sido
olvidado, y, con mayor razón, para aquellas instituciones cuyo fundamento sea
que lo humano tienda a lo divino, sería bueno que se pusieran a pensar si los medios
que están utilizando conducen a los fines que –se supone– están persiguiendo.
Dejando de lado, por supuesto, el caso
de una actividad delictiva, que debe ser denunciada, investigada, sancionada, etc.,
hay que decir que abrir las puertas a la costumbre de la delación es abrirle
las puertas a un mal espíritu que empezará a serpear como una sombra espesa en
los pasillos y que invadirá hasta los últimos rincones de la institución.
En cambio, si en ese lugar se fomentara
la sinceridad en el trato, la simpleza, la franqueza, en definitiva: la
caridad… todas palabras demasiado devaluadas, demasiado gastadas pero en verdad
poco comprendidas y mucho menos practicadas… si se dejara de lado, o si, por lo
menos, se postergara el reproche, la acusación, hasta, al menos, preguntar por
qué una persona obró de tal o cual manera… tal vez las sombras se disiparan un
poco.
Tal vez si la enorme cantidad de energía
que se gasta en enojos, quejas y acusaciones contra otros pobres mortales –ya
sean compañeros de trabajo, o subordinados, o jefes– se destinara verdaderamente
a tratar de crecer en la caridad.... tal vez sea un primer paso para que un mal espíritu que se ha metido en un
lugar de trabajo empiece a desvanecerse.
"Porque
nuestra lucha no es contra enemigos de carne y sangre, sino contra los
Principados y Potestades, contra los Soberanos de este mundo de tinieblas,
contra los espíritus del mal que habitan en el espacio." (Ef. 6, 12)
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