Lo acontecido fue en el concierto
de Navidad. La TV mostraba el auditorio como un recinto fantástico, el sonido,
la orquesta, los cantantes… todo era
perfecto. Aunque la enorme escultura, que detrás del escenario presidía la
sala, daba a la velada un cariz espiritual e inquietante a la vez, la delicada
iluminación sobre aquella estructura de bronce acentuaba su aspecto siniestro, lo
cual era algo simple de ver para una mirada inocente. Había allí autoridades
religiosas.
Ya una talentosa cantante,
afamada desde los años ochenta, había interpretado uno de sus viejos éxitos y
había emocionado a todos los que anduvieran con el corazón puesto,
especialmente si habían sido adolescentes unas décadas antes.
Lionel Richie, que había cantado
también —y lo había hecho maravillosamente—, volvía a subir al escenario.
Aquellas voces increíbles eran
parte de un mundo que tenía su brillo, el pop había alcanzado un ápice
incuestionable, melodías perfectas, interpretaciones inmejorables, todo materializado
desde hacía más de treinta años en grabaciones tan ampliamente difundidas que
podrían tener garantizada una permanente presencia hasta el fin de los tiempos,
lo cual es lo más parecido a la eternidad que el mundo puede anhelar.
La propia sensibilidad de los
artistas los hace capaces de contemplar, de percibir realidades que están veladas
para el resto de los mortales y también los hace capaces de formar, de plasmar
algo nuevo, algo que antes no existía… Entonces, la misma sensibilidad los
mueve a contemplar su propia obra para —llegado el caso— ver con satisfacción
que la obra es buena, que es bella. Sensible como un niño el artista necesita
que otros también contemplen y aprueben su obra, una muestra de gratitud que hace
bien a ambas partes. Pero como no es un niño, el riesgo de narcisismo acecha, y
el propio gusto por su obra y el aplauso del público pueden volverse para él como
un embriagador aroma a incienso, tan encantador como peligroso.
De todas maneras, para toda clase
de males el mundo tiene sus propios remedios, que si no proporcionan cura, dan
por lo menos una pizca de alivio. La permanencia en el tiempo, al menos en
recuerdos, suaviza el dolor de la muerte. Y hacer algo por los demás modera el egoísmo
y evita el aislamiento. Los artistas que con su obra han obtenido un bien para otros,
han obtenido también un enorme bien para ellos porque, de alguna manera, han
podido trascender de sí mismos.
Pero en el fondo, en el fondo… el
mundo sabe que todo eso es insuficiente.
El mundo sabe que “de nada
sirve”, como cantaba desesperadamente Moris. Nada hay que el mundo busque en sí
mismo que pueda darle la verdadera salud que anhela con impaciencia. Salvo que
una Palabra salud-dadora llegue desde fuera de él, y que él esté dispuesto a
recibirla.
El mundo necesita algo que le dé
plenitud y eternidad, no necesita menos que eso, y como no encuentra más que
sucedáneos insuficientes se halla en tinieblas…
Porque aunque sus ojos brillen y
ría a carcajadas el mundo tiene un dolor y una angustia inconfesables.
La oscuridad lo envuelve.
Pero existe un hogar, es una casa
construida sobre roca, cuyo aspecto despierta sospechas y toda clase de
rumores. Hay algo en ella que la hace ver discordante, hay algo dentro que no
es de este mundo. En el interior de la casa, sus moradores tienen el remedio
que el mundo necesita. Las tinieblas la detestan.
La Palabra salud-dadora es como
el sol en todo su esplendor, pero en manos de los moradores tiene la apariencia
de una lámpara con un brillo oscilante. Solo los que se acercan a la casa
buscando con piedad la luz pueden ser sanados, aunque los moradores no acierten
en ubicar correctamente la lámpara.
Alguien sugirió que se abrieran
de par en par las ventanas para que la Palabra salud-dadora finalmente saliera
como el sol desde esa casa y disipara las tinieblas en que se halla el mundo.
Pues bien, los moradores han
abierto las ventanas…
Ninguna luz salió de allí.
Acaso para no menospreciar al
mundo y sus bálsamos, o tal vez porque ellos mismos han abandonado la esperanza
de obtener la salud verdadera, los moradores han puesto sus propias ilusiones
en los calmantes que el mundo ha encontrado.
Los moradores han ocultado la lámpara
debajo del celemín.
La oscuridad entró, como un ladrón,
por las ventanas.
La casa ha quedado también en
tinieblas.
Lionel Richie estaba nuevamente sobre
el escenario. Todo era devoción, simpleza, perfección y encanto. Las trompas y
las cuerdas allanaban con nobleza el camino que la voz de Lionel se disponía a
emprender. Las miradas inocentes de los niños del coro eran primeros planos que
invitaban a creer, sus rostros sonrientes
hacían parecer absurdo no tener esperanzas en la humanidad y no amar con
toda el alma lo que somos.
“Hay una elección que estamos haciendo, estamos salvando nuestras
propias vidas” se escuchaba instantes después.
Se trataba de un himno, algo que
fue izado allí como una bandera flameante.
Treinta y cuatro años luego de
haber sido compuesto “We are the World”
fue cantado, coreado y aplaudido con emoción en la Sala Pablo VI.
Sería una buena noticia el hecho
de que, al bajar del escenario, alguien con piedad y valentía hubiera recibido con
los brazos abiertos al cantante para ofrecerle el único remedio que puede dar
la salud verdadera, diciéndole
“Welcome Home, dear Lionel, welcome Home…
We aren´t the World, you know, but… We have the Word.
The Word, we hope, you are looking for”
We aren´t the World, you know, but… We have the Word.
The Word, we hope, you are looking for”
We are the World.
Pero… ¿será tan así?
Pero… ¿será tan así?
Cuando estaba próximo a terminar el artículo me
asaltó el pensamiento de que tal vez estaba yendo demasiado lejos, porque,
después de todo, recordaba a nuestro profesor de Inglés en el secundario diciéndonos
que We are the World (compuesta por
Lionel Richie y Michael Jackson), que había sido estrenada recientemente, tenía
un sentido cristiano “we are the children”,
hace referencia no solo a niños, sino a hijos,
varones o mujeres de cualquier edad, lo cual es una referencia tácita a un
Padre. Así que volví a la canción —recurrí a aquel vídeo de 1985— para ver más detenidamente la letra.
Hay que decir que una obra
artística parece tener, en algún sentido, vida propia. En el proceso creativo
—o sub-creativo, para ser más correctos—, la misma obra da la impresión, a
veces, de ir llevando al artista por caminos que van descubriéndose paso a
paso. Y, de alguna manera —además de la voluntad del artista—, hallazgos
inesperados y también contrariedades, errores, y problemas de todo tipo confluyen
en el resultado final de la obra.
Se trata de un hecho misterioso
porque, ciertamente, no es la obra, sino algo externo (a ella y a la voluntad
del autor) lo que participa activamente en ella llevándola a que sea lo que en
definitiva llega a ser una vez terminada. Por eso, entiendo, es que tal vez no
sea tan poco frecuente el hecho de que una obra manifieste algo, y algo con
indudable coherencia, que el autor mismo no haya previsto. Lo cual no significa
una impericia del autor (al menos no necesariamente). El artista mismo podría
verse sorprendido —con satisfacción o con espanto— de lo que su propia obra
dice.
Adquiere más fuerza, entonces, el
hecho de que es inadecuado llamar “creador” a un artista, ya que no solo no ha
creado la materia prima con la cual trabaja sino que ni siquiera es él solo
—teniendo en cuenta incluso sus estudios, sus múltiples influencias, etc.— el
que realiza la obra.
Volví, entonces, a We are the World y me encontré con que
no solamente había una referencia tácita a un Padre sino que, en la voz de Tina
Turner, la letra dice sin rodeos “todos
somos parte de la gran familia de Dios”.
Momentos después la cálida voz de
Willie Nelson nos vuelve a nombrar a Dios para referirnos un milagro… ¡un
milagro! dicho así, resueltamente, con simpleza, con candidez, con osadía…
Bueno, en definitiva, era un
testimonio de fe arrojado al mundo, un mundo a veces demasiado racional para
creer en milagros y a veces tan irracional como para no creer en Dios cuando ve
un milagro.
Estaba escuchando la versión
original, con la letra completa, la interpretación de Lionel Richie en la Sala
Pablo VI no incluía ese fragmento.
La idea de la canción es que
debemos ser generosos y tender una mano a los demás, entonces el fragmento
cantado por Willie Nelson trata de movernos a esa actitud solidaria hacia los
más necesitados, “como Dios nos ha
mostrado convirtiendo las piedras en pan”.
Me disponía a desechar el
artículo escrito. Quedaba claro que estaba en lo cierto, entonces, cuando
empezaba a sospechar que me había puesto en la vereda de enfrente sin ninguna
necesidad. Tras una fachada amable, la canción era más amable aún, y no había
mucho más para decir.
Pero, como si fuera una nota
extraña a la armonía, había algo que parecía persistir en el fondo de toda la
mezcla, como si un ruido maligno estuviera presente en todos los canales y que
no había manera de identificarlo.
Y fue estremecedor cuando se hizo
evidente.
“Somos el Mundo”, “Se acerca
el momento, cuando escuchamos una cierta llamada, cuando el mundo debe unirse
como uno”, “Somos los que hacemos un
día más brillante”, “Hay una elección
que estamos haciendo, estamos salvando nuestras propias vidas. Es cierto,
haremos un día mejor, solo tú y yo”
Es verdad, todas estas frases
pueden ser cuestionables, y también lo es que todas ellas pueden ser entendidas
en forma benévola.
Pero he aquí que, como un
relámpago captado en una fotografía, algo —que acaso sea un simple error de
Michael y Lionel— aparece arrojando una claridad inesperada.
We are the World nos insta a ser generosos, “como Dios nos ha mostrado convirtiendo las piedras en pan”.
Cinco mil hombres fueron
alimentados con cinco panes y dos peces, otros pudieron beber un vino excelente
en una fiesta de bodas cuando lo que quedaba era solo agua, mucho tiempo antes
Dios había alimentado a su pueblo con el maná caído del cielo… podríamos seguir
buscando ejemplos… pero lo cierto es que Dios no ha convertido las piedras en
pan. Nunca.
Al menos no hay tal cosa en
ningún pasaje de la Escritura
Hubo, eso sí, alguien que le
pidió a Cristo que convirtiera las piedras en pan, pero Cristo se negó, respondiéndole
que “No solo de pan vive el hombre, sino
de toda Palabra que sale de la boca de Dios”
El que se lo pidió fue el
Demonio, en el pasaje de las tentaciones en el desierto.
Cristo era el que tenía hambre.
Y hoy, como en otros tiempos, hay
gente que muere de hambre.
Entonces todo toma otro color.
Se torna difícil no empezar a ver
el texto de We are the World como
una ironía hacia Dios mismo.
Como si el espíritu que habló en
el desierto revelara con esta ironía que no ha olvidado el rechazo.
La canción nos sugiere que tendamos
una mano a los demás “como Dios nos ha
mostrado, convirtiendo las piedras en pan”, cuando sabe perfectamente que
Dios no convirtió las piedras en pan.
Cuesta no ver una burla a la
Madre de Dios, porque imita su actitud pero en forma sarcástica. Ella ignoró la
negativa de su Hijo en las bodas de Caná, y dijo a los presentes “Haced todo lo
que Él os diga”, y así, los presentes pudieron beber vino aunque solo quedaba
agua.
En este himno, quien habla
también ignora la negativa de Cristo (hace de cuenta que Cristo no se negó a
convertir las piedras en pan, sino que accedió al pedido, es decir, miente
diciendo que Cristo aceptó la tentación) pero en vez de decir a los demás
“Haced todo lo que Él os diga” —lo cual traería los bienes por añadidura— les dice
“Hay
una elección que estamos haciendo,
estamos salvando nuestras propias vidas.
Es cierto, haremos un día mejor, solo tú
y yo”.
Todo toma un cariz distinto, en
las voces de Kenny Rogers y James Ingram se había escuchado “No podemos seguir fingiendo día a día que
alguien, en algún lugar pronto haga un cambio” y a renglón seguido (como si
revelara, en un acto fallido, en Quién estaba pensando) venía lo de Tina Turner
“Todos somos parte de la gran familia de
Dios”. Después de semejante afirmación uno podía haber esperado una actitud
de piedad filial, pero está perfectamente claro que tal cosa no existe en esta
letra, por la sencilla razón que no pide nada a Dios, no espera nada de Él.
Pero ahora, viéndolo como una ironía, —parece mentira— hasta la típica
expresión de Tina Turner, y especialmente la expresión que muestra al decir la
frase, parece perfectamente adecuada.
Hacia el final se escucha en la
voz de Ray Charles un “dear God”,
“querido Dios” o “estimado Dios” en medio de “We are the World” y su repetición, luego “We are the children”, “There´s
a choice we´re making, we´re saving our own lifes...”. No pide nada a Dios,
solo le está diciendo “somos el mundo”,
“somos los niños”, “es una elección que estamos haciendo,
estamos salvando nuestras propias vidas...”. ¿Necesariamente en forma
irónica? No. Pero Dios no ha convertido las piedras en pan. Eso es lo que
revela la ironía.
A ver... Un momento...
A ver... Un momento...
Pero si toda la letra puede interpretarse
con simpleza ¿no será eso simplemente un error en la cita? Y un error no
vinculado directamente con el ámbito profesional de los músicos. Errores hay en
todos lados, hasta en las mejores obras, además la composición se hizo con una notable
rapidez, durante la grabación todavía se estaban definiendo algunas palabras,
los músicos aprendieron sus líneas en el mismo estudio… así que el error bien
pudo habérseles pasado, incluso a aquellos que podían haber tenido alguna
formación cristiana.
Además, esta gente se reunió
voluntariamente, y pusieron su talento y su fama al servicio de una obra buena.
Cualquiera que vea las filmaciones realizadas durante la grabación puede darse
cuenta del real buen clima que había. Se los veía trabajando a conciencia, con
preocupación de que cada parte saliera bien, en algunos pasajes se los ve sintiendo
cansancio pero se ven felices, por momentos parecen niños, haciendo bromas y
riéndose sin fingimientos.
Solo Dios conoce el interior de
las personas.
Como se ha dicho, las obras no
son realizadas exclusivamente por aquellos que figuran como autores. Tal vez alguien,
al enterarse de que se quería hacer una especie de himno del mundo, estuvo
interesado en colaborar, y, aunque no se lo llamara, logró meterse por algún
resquicio.
Tanto Lionel Richie y Michael
Jackson como todos los artistas que participaron en We are the World han hecho una obra beneficiosa, para los demás y
para sí mismos, “we are saving our own
lifes”, han trascendido de sí mismos, han encontrado un remedio, para el
sufrimiento ajeno y también para el propio, pues no se han quedado encerrados
en sí mismos y la muerte no podrá del todo contra ellos mientras alguien, en
algún lugar del mundo, esté escuchando alguna canción suya.
Pero en el fondo, en el fondo…
saben que es insuficiente.
Por lo tanto, esperamos, especialmente
aquellos que estamos en deuda con ellos, porque nos han hecho algún bien —porque
nuestra vida ha tenido música de fondo y mucha de esa música ha sido grabada
por ellos—, que encuentren o hayan encontrado el remedio verdadero, la Palabra
salud-dadora, el único remedio que puede dar plenitud y eternidad.