La
belleza es un don, y la capacidad de cultivarla con bondad e inteligencia acaso
también lo sea, pero la decisión de darse a esa tarea hace a quien lo ha
recibido partícipe de una obra inmensa. Algunas veces la obra permanece oculta,
y no es por eso menos bella, pero otras, la obra, y su portador, son elevados
como una luz imposible de esconder.
Es una luz que cautiva y que, a la vez, frecuentemente expone los corazones de aquellos a quienes atrae. Muchos de ellos son transformados por esa luz, porque alcanzan a comprender, o, al menos, a entrever, la bondad que les fue por ella revelada y entonces muestran, a su vez, sus propias bondades y bellezas, contribuyendo, así, a un maravilloso y universal concierto… Pero, lamentablemente, no todos… Aquellos que son atraídos por la luz pero que no alcanzan, siquiera, a vislumbrar la bondad que ella revela (o que, a pesar de eso, el egoísmo en ellos prevalece), quedan atrapados en sus mezquindades, y, a veces, expuestos en sus propias bajezas o extravíos… Porque no a todos atrae de la misma manera y no en todos produce el mismo efecto, para algunos esa luz es un remedio que devuelve la salud y para otros, un reactivo que pone en evidencia los males o debilidades que en ellos aún subsisten.
Pero
además, por su parte, el corazón del portador queda también expuesto… y, claro
está, no se encuentra libre de sus propias oscuridades y miserias… las cuales
pueden reflejarse en la obra, unas veces sublimadas y convertidas en belleza y
otras, hiriendo la obra, permaneciendo crudas y sin resolver, mostrando la
humana fragilidad del portador...
Es
que su belleza y su luz no son algo de lo cual pueda envanecerse con justicia
pues no son sino gracias que están en él. Es cierto que son dones que no ha
desperdiciado y que tiene el mérito de haberlos hecho fructificar… Pero es no
menos cierto que lo que lo ha empujado a esa tan gozosa como ardua tarea ha
sido una propia e imperiosa necesidad y que, sin dudas, él mismo ha sido el
primero en recibir los efectos de ese baño de luz…
Y
los efectos, al igual que en los demás, no son otros que el de un remedio… o el
de un reactivo.
Se
trata, entonces, de un don indudablemente maravilloso, pero no exento de
incomodidades y aun de peligros… Por eso, seguramente, aquello que decía
Tolkien, encumbrado por el éxito de su obra, en una carta del 23 de Mayo de
1972: “Ser una figura de culto (…) no es,
me temo, nada placentero. No me parece, sin embargo, que ello tienda a inflarlo
a uno; en mi caso, al menos, me hace sentir extremadamente pequeño e
inadecuado. Pero aun la nariz de un ídolo muy modesto no puede dejar de
experimentar cosquillas ante el dulce olor del incienso”.
Tal vez el único amparo verdadero sea el saberse un recipiente de barro en el que una gema preciosa refleja la luz de Quien la ha concedido. Y acaso sea eso lo que conduzca al portador hacia Aquel que es fuente inagotable y eterna de la belleza, de aquella luz que él mismo refleja mientras camina en esta tierra de sombras, como con una espada en alto, ante la cual la Oscuridad no puede dejar de retroceder espantada, tal vez temiendo su definitiva derrota.
He
estado escuchando a Katie James estos últimos días… me parece apropiado
mencionarla aquí. Hay momentos suyos de una belleza tal que un alma noble no
puede sino rendirse con admiración y gratitud, elevando, a la vez, por ella una
plegaria. La belleza que irradia tiene un poder que es de otro orden. Se trata
de una fuerza que no golpea con la violencia de un puño ni hiere como un grito
destemplado. Es el poder de una espada mágica, como el de una espada élfica
forjada por los herreros de Imladris… Un signo, como una lámpara que desde lo
alto en la noche concede al navegante un suave, cálido y esperanzador testimonio
de luz...
—Disculpe
la interrupción, este muchacho… ¿Usted lo que quiere decir es una rendición incondicional… ante esta chica?
—Bueno…
No… Claro que no… Incondicional no… Pero eso ante ningún artista, como dijimos
antes, son seres humanos, no son perfectos, ellos cuando pueden reflejan la belleza, pero solamente eso…
porque también tienen sus sombras… Eso está claro…
—Eso está claro pero se estaba
deshaciendo en elogios, como si ella fuera un ángel bajado del cielo…
—Y…
Mire, si lo piensa, verá que no está mal lo que he dicho.
—No
sé, no sé… A mí me parece un poco desmedido…
—Lo
que sucede es que… ella es… bueno, es…, o sea… tiene esa gracia, esa simpleza…
es decir… no sé cómo decirlo…
—Está
bien, está bien… Ya me doy cuenta. A mí me parece que usted medio se ha
enamorado tontamente. Déjelo ahí nomás.
—No,
no, no… No es así, no es así… Bueno, qué se yo… es difícil escucharla y no
sentirse un poco bajo un encantamiento ¿No le parece?
—Ah,
no sé… Soy un hombre casado, no me meta en problemas. Hágase cargo usted de lo
suyo y no generalice. Déjese de embromar.
—No, pero es otra cosa, es otra cosa…
—Un encantamiento… Le diré una sola cosa. Tal vez le convenga a usted recordar las palabras de Gimli a Legolas, cuando se alejaban de Lorien, "Dime, Legolas, ¿cómo me he incorporado a esta misión? ¡Yo ni siquiera sabía dónde estaba el peligro mayor! ... El peligro que yo temía era el tormento en la oscuridad y eso no me retuvo. Pero si hubiese conocido el peligro de la luz y de la alegría, no habría venido. Mi peor herida la he recibido en esta separación". Y terminaba lamentándose "¡Ay de Gimli hijo de Glóin!" Ese efecto produjo en él la dama Galadriel, una especie de enorme nostalgia. ¿Qué me dice ahora?
—Sí, sí... Tiene razón, lo recuerdo bien... pero también, la respuesta de Legolas "¡No! ¡Ay de todos nosotros! Y de todos aquellos que recorran el mundo en los días próximos. Pues tal es el orden de las cosas: encontrar y perder, como le parece a aquel que navega siguiendo el curso de las aguas." Tal vez esté en eso la sabiduría, en no aferrarse desesperadamente a lo que uno ha encontrado... Pero usted me ha hecho desviar de lo que estaba diciendo, si me permite voy a tratar de terminar la reflexión, que venía bastante bien… A ver si no me hizo perder la idea…
Decía recién que me parecía apropiado aludir a Katie James… pero creo que, además de apropiado, es, de alguna manera, también justo… porque verla y escucharla cantar fue lo que me llevó a pensar en el don de la belleza.
Ni
mercaderes ni narcisistas, solo los verdaderos artistas pueden portar con
dignidad el don de la belleza, solo ellos pueden apreciarlo.
Y
sin embargo, sin embargo… esto no excluye a nadie. Todos estamos llamados a ser
artistas de nuestras propias vidas…
Idea
esta que corre el riesgo de ser tomada por una cursilería, pero una obra de
arte es una cosa seria, no es snob ni altanería, no es estridencia ni
estupidez, no es publicidad de nada ni es ingenuidad, es algo verdadero, es belleza,
es armonía, es bondad…
Los
simples hechos cotidianos dejan de ser triviales cuando uno los ve como
pinceladas, pequeños detalles de un gran cuadro. Una risa es un destello de luz
y un hecho triste se convierte en un sombreado, que tiene sentido también en el
cuadro, como una disonancia en la música…
Aunque
es cierto que no pintamos el cuadro en la tranquilidad de un tallercito del
fondo. Nuestros bocetos son desconsideradamente pisoteados por gente que anda
cerca, nuestros potes de pintura son cambiados de lugar constantemente por
personas que tienen las mejores intenciones, o son derramados por nuestra
propia torpeza…Por momentos podemos sentirnos desorientados o aun perplejos…
como si fuéramos la nota musical, consciente ella misma, en el momento de la
disonancia. Es que estamos dentro de una obra inconclusa y aún no tenemos la
perspectiva adecuada.
Además,
no pintamos solos, nuestro cuadro es uno más entre una infinidad de cuadros en
que se han desenvuelto y se desenvolverán las personas de todos los tiempos. Porque
cada uno de nosotros es, en realidad, artífice de una pequeñísima parte de una obra
inmensa, mucho más grande y maravillosa de lo que nuestra mente puede concebir y
que está, toda ella, en manos del Artista. Él está interesado en cada pequeño
detalle, nada le es ajeno a su corazón, su Obra es, como toda verdadera obra de
arte, una obra de amor.
Percibir
y amar la bondad, el Amor, que la belleza nos revela nos transformará en un detalle
luminoso de la Obra, con claroscuros que, en su momento, nos pudieron haber costado
lágrimas pero que nos habrán marcado para darnos mayor belleza, como el pliegue
de una sonrisa. La indiferencia y el desprecio hacia la bondad, en cambio, hará
de nosotros algo desagradable y siniestro, que, aun odiando la Obra, contribuirá
como un minúsculo detalle oscuro y retorcido.
De
manera que hay una espada élfica a nuestro alcance capaz de disipar la
amenazante oscuridad que nos rodea.
Es
una espada que suele estar clavada en una piedra.
No
basta con ver el cielo, ni siquiera en un maravilloso atardecer, no basta con ver
el rostro inocente de un niño ni el dulce rostro de una madre, no basta con oír
la más hermosa de las canciones…
Solo
cuando nuestro corazón abandone su condición rocosa y se rinda ante la
maravilla le será posible percibir la bondad que la belleza nos revela… Solo
así podremos elevar la espada que desvanecerá las brumas espesas y maléficas de
la oscuridad… Con un poder que, ciertamente, no es nuestro, sino de Aquel que
es la fuente inagotable y eterna de la bondad y la belleza…