Uno podría preguntarse esto sobre
algunos autores y sobre Leonardo Castellani en particular: ¿Para qué han
servido? ¿Qué han logrado sus escritos?
La Iglesia y la sociedad, o
mejor, quienes tienen responsabilidades en ellas: ¿acaso han cambiado su curso,
han corregido sus errores a partir de sus libros?
Además, aunque siempre haya
amigos que estén leyendo algo de Castellani, hay mucha gente, muchísima, que no
tiene idea de su existencia… sus escritos no han logrado una difusión masiva ni
siquiera dentro de la gente que va, o que iba, a misa…
¿Entonces?
Si pensamos en cualquier clásico
de la música o de la literatura, comprobaríamos que en los años cincuenta, por
ejemplo, tenía una difusión muy pequeña en comparación con lo que se leía o
escuchaba en aquellos años. Pero gran parte de lo que se escuchaba
mayoritariamente en esos años hoy ya ha pasado a la historia, y aquel clásico
sigue vigente en las nuevas generaciones. Es cierto que ese clásico tiene, también
hoy, una difusión muy pequeña en comparación con lo que actualmente se lee o
escucha mayoritariamente.
El entusiasmo con que han
leído y leen a Castellani personas que hoy tienen más de setenta años es el
mismo entusiasmo con que lo leen hoy gente de veinte años.
Su vigencia es mucho más
asombrosa que la escasez de su difusión, pues su difusión siempre ha sido hecha
por iniciativas privadas, esfuerzos de personas que quieren que otros vean lo
que ellos han visto.
Y esto sin aval oficial. Es
más, con un significativo silencio oficial.
Castellani ha sido maltratado
por la visible Iglesia “preconciliar” e ignorado a sabiendas por la visible
Iglesia “posconciliar”. Sucede que el cura dio cuenta de algo esencial que es escamoteado
por muchos autores y que es evidente en los Evangelios: Cristo luchó contra los
Fariseos. Y como el fariseísmo es un espíritu sinuoso que no distingue ni pres
ni pos, pero que sí distingue a su enemigo, Castellani habría de pagar su
precio.
Y lo sigue pagando.
Por otra parte, también entre
aquellos que loablemente han puesto su empeño en que la sociedad refleje las
enseñanzas de Cristo hay quienes (algunos, está claro) no han mirado con del todo buenos ojos a
Castellani. Porque en lo que veían o escuchaban del cura, había algo que
preferían no escuchar… o algo que preferían que no se dijera.
En una guerra puede ser muy peligroso
no querer escuchar a aquel que ve más lejos y más claro. Ese cerrar los ojos es
un autoengaño que no sirve más que para postergar el desánimo.
Y en eso esté tal vez la
respuesta a las primeras preguntas.
Porque ama la Verdad, Castellani
da testimonio de la verdad que ve, de manera que la realidad pueda ver vista
también por aquellos que a él lo lean o escuchen.
Ninguna acción puede ser
emprendida sin saber lo que sucede, sin saber en qué lugar nos encontramos, en
qué momento estamos, a quiénes nos enfrentamos, junto a quiénes estamos…
Pero este conocimiento no es un
mero elemento de una estrategia de acción que hemos de llevar a cabo con éxito.
Este conocimiento, esta contemplación del fragmento de realidad que nos es dado
ver, está al servicio de una “acción” mucho más aparentemente elemental, pero
que es más grande que cualquiera de nuestros proyectos, por meritorios y portentosos
que estos sean, la cual no es otra que el mayor de los combates que tenemos en
nuestra vida.
Porque quien no ve, quien no
entiende lo que sucede, corre el serio riesgo de pensar que lo que alguna vez
creyó no era más que una ingenuidad y de que la señal de la Cruz se convierta
en un mero y amable recuerdo de familia, vestigios de épocas más cándidas.
Por supuesto, el buen combate
puede ser llevado a cabo sin leer a Castellani, claro está, pero no puede ser
llevado a cabo sin interesarse por la Verdad.
Y para saciar el hambre de
Verdad acaso Castellani pueda ser de alguna utilidad.