Está claro que las personas más influyentes en educación, los que dicen hacia dónde hay que ir, los que marcan tendencia, son los pedagogos. En particular algunos de ellos que se mantienen en la cima, hasta que alguna nueva escuela los desbarranque y los confine a las delicias del olvido.
¿Y por qué son los más
influyentes?
La respuesta parece obvia,
porque son los que más saben.
¿Los que más saben qué?
Los que más saben cómo
enseñar.
¿Los que más saben cómo
enseñar qué?
Y ésa es una pregunta que
permanece…
Los pedagogos podrían ser
considerados, tal vez no tan erróneamente, como especialistas en la
construcción de canales. Lo cual, en principio, parece una buena noticia, ya
que es bueno que haya gente que sepa cómo llevar el agua del conocimiento, o,
mejor, el agua de la sabiduría, de un lado a otro.
Pero, de alguna manera, da la
impresión de que la pedagogía se ha olvidado del servicio que estaba prestando
y ha devenido, ella misma, en protagonista.
Hay acueductos vistosos como
una montaña rusa, pero por los que nadie parece haberse preguntado nunca si son
útiles para llevar agua. Además, algunos de ellos, que tienen colores muy llamativos,
se hallan edificados en pleno desierto, de manera que está claro que el agua,
es allí, precisamente, la gran olvidada.
Como se ha dicho, la docencia
es una obra de amor. Si el que sabe está enamorado de lo que sabe (es decir, ama
la literatura, o la música, o la ciencia que fuere, que, por algo, ha
estudiado…), tratará de contagiar su entusiasmo (“estar lleno de Dios”) por esa
porción de la realidad que conoce, a aquellos que lo escuchan. Y sería deseable
que aquellos que lo escuchan sean personas a las cuales ame, no necesariamente
en un sentido afectivo, pero sí, al menos, en el sentido de querer genuinamente
ofrecerles un bien.
Esta forma de ver la educación
disuelve cualquier vestigio de las legendarias “viejas escuelas”, en las cuales
presuntamente el maestro jamás habría admitido una equivocación. La fuente del
entusiasmo del docente no es la consideración de su propia sabiduría, sino el
gozo de la contemplación de la realidad; por lo cual, si un alumno esbozara una
observación sobre algún punto en que él no había reparado, se alegrará sinceramente
y por múltiples razones. La primera de ellas es que un nuevo fragmento de la
realidad le ha sido develado, pero también porque, por un momento, ha sido
alumno de su alumno, devenido, al menos por un instante, en maestro.
La sabiduría —como así también
el goce intelectual y estético— procede de la serena contemplación de lo que
las cosas son, de la contemplación de la Realidad. Serenidad ésta que no es, en
absoluto, sinónimo de inactividad, y mucho menos de indiferencia. Si ahondamos
las preguntas, veremos que detrás de cada minúscula, y aparentemente
insignificante, porción de la realidad hay un misterio. Y la razón es que la
realidad rebosa de la magia divina, pero solo puede llegarse a ella con la
humildad de la contemplación.
Y ése es el punto central.
Hay quienes están muy
interesados en que podamos asignar sentido a las cosas, en proyectar nuestras propias
ideas, en hacer que las cosas sean lo que queremos que sean. Todo eso suena muy
prometedor, porque, al parecer, estimularía la creatividad evitando
aburrimientos y frustraciones.
No se trataría, entonces, de
estudiar a los genios, sino que cada uno de nosotros puede ser uno de ellos. Solo
hay que ser proactivos, tener la mente abierta y estar dispuestos a llevar a
cabo nuestros sueños…
Pero en el fondo… en el fondo…
hay en ello un dejo de similitud con una moneda falsa, o con aquellos premios
que se instituyen al solo efecto de la obtención de un aplauso.
Me corrijo, no hay un “dejo de similitud”… Lo que hay es,
redondamente, una estafa.
Nadie puede contar una buena
historia, si su corazón jamás se ha conmovido con una buena historia.
Si hay un buen libro para
leer… ¿qué es lo que hay que hacer? Pues, lo que hay que hacer es poner el c uerpo en la silla, o, mejor, en un buen sillón… los pies en un banco bajito y,
señores, a disfrutar del libro… Eso es lo que hay que hacer. No se rompió nada,
no hay que arreglar nada, no hay ningún problema por resolver… ¿Qué tengo que
meter mano yo ahí? Si es un buen libro, es probable, es deseable, que me vuelva
mejor persona luego de haberlo leído, pues seguramente me habrá mostrado algún
fragmento de la realidad que hasta el momento desconocía.
Si hay una buena música para
escuchar… ¿qué es lo que hay que hacer? Bueno, lo primero que no
hay que hacer es ponerse a golpear las manos, ni a zapatear, ni a nada que se
le parezca. Lo que hay que hacer es cerrar los ojos para gustar y ver lo que hay
allí. Quien haga eso, cuando menos lo piense, va a darse cuenta de que allí hay
un mundo, un mundo que desconocía. Se va a dar cuenta, por ejemplo, de que
aquella masa de sonidos ha dejado de ser algo amorfo para convertirse en
instrumentos que van contando una historia, cantando cada uno una melodía
claramente distinguible que admirablemente confluyen en una misma obra. Aquí
tampoco hay un problema para resolver. A los problemas ya los planteó y los
resolvió el compositor, porque, como ha dicho alguien, “la música ya está
hecha”… está ahí para ser contemplada…
Habrá almas sencillas que,
habiendo recibido este alimento, tendrán la gratitud de haber recibido un don,
pues sabrán que les ha sido dado el regalo de haber visto algo que jamás habían
soñado ver.
Habrá otros que, además de esa
gratitud, tendrán deseos de difundirlo, de comunicarlo a otras personas.
Y habrá otros también en los
que bullirá en su interior una cantidad de ideas que han surgido a partir de lo
han recibido. Gente que habiendo escuchado una determinada música, han visto en
ella una historia que puede expresarse en una danza… La misma música a otros
les ha hecho ver una historia que puede plasmarse en una expresión plástica,
sea un dibujo, una escultura, una pintura… Hay quienes podrán contar una
historia, una nueva historia, a partir de lo que han recibido…
Si han recibido un buen
alimento intelectual, es probable que en el humus de sus mentes crezcan también
buenas obras… Serán obras que tendrán su raíz en el ser de las cosas, serán
obras, entonces, que formarán parte de la Creación… ¿Acaso no es un eco esto
también de aquel “sed fecundos”? Por otra parte, conscientes de haber recibido
un don y de haber hecho algo con lo que han recibido, sabrán también que no es
algo de lo cual puedan ufanarse. Es el acto subcreador del obrar humano.
Por eso es importante la
correcta selección de lo que se ha de dar. No cualquier alimento es bueno.
¿Y cómo saberlo? ¿Quién lo
determina?
Hay obras que son hijas de la
contemplación. El artista se detiene en algo que lo ha maravillado y que nadie
más ve, entonces trata de decirlo de una manera que los demás también lo vean y
se maravillen…
Hay otras obras que son una
mera construcción, edificada, por ejemplo, para lograr admiración por su propio
genio, o para obtener dinero, o para obtener popularidad, o para difundir
ideas…
Nada obsta a que, en las
primeras, el artista haya recibido dinero, obviamente. Eso no hace a la
cuestión. Lo que sí define el tema es si la obra es capaz de sugerir, de
ofrecer, un atisbo del misterio que hay en cada mínima porción de la Realidad.
Y solo será capaz de eso si es hija de la contemplación.
Pero tal contemplación tiene
hoy mala prensa, porque, claro, implica la aceptación de una verdad presente en
las cosas. La tendencia de hoy es que al sentido lo ponemos nosotros, que a la
realidad la construimos nosotros, y las cosas son lo que nosotros queramos que
sean…
Hay que reconocer que esto
suena lindo y es bastante tentador… Pero habría que recordar una situación
similar en la que alguien nos dijo “seréis como dioses”, y al final salió mal
el asunto ese…
No puede ser indiferente para
mí el secreto que guardan las cosas…
No podemos desinteresarnos del
sentido que las cosas tienen, no podemos alegremente marginar de la educación a
la búsqueda de la Verdad. Y eso es lo que hacemos si hablamos de “construcción
de sentido”, de “construcción de saberes”…
Al sentido se lo descubre, al
saber se lo adquiere contemplando lo que las cosas son…
Hay quienes han ido a la
facultad con la pía intención de aprender a enseñar, pero han sido conducidos
hacia otros terrenos.
Como a veces pasa con algunos
estudiantes de arte, que ingresan a algún lugar buscando la belleza y egresan
enredados en vanguardias absolutamente impopulares, interesadas solo en
ufanarse de su propia originalidad. Solo recordando qué habían ido a buscar, es
lo que podría sacarlos del laberinto.
Lo mismo para el que fue a
buscar algo relacionado con la enseñanza.
Tal vez lo que debería hacer
es lo que con tanta insistencia se pide: salir de la zona de confort, romper
con las estructuras y poner a prueba a aquellas renombradas corrientes
pedagógicas que intentan resignificar todo lo que tocan.
La prueba consiste en
preguntarse con sinceridad si tales corrientes tienen como principal razón de
sus esfuerzos que los alumnos encuentren la Verdad.
La pregunta es simple. Y no
hay que aceptar respuestas ambiguas ni frases macanudas como “lo que se trata
es que entre todos hagamos un mundo mejor”.
Dejémonos de embromar. Si
alguien está buscando sinceramente la verdad, todo lo demás se dará por
añadidura.
Nuestra labor es ya
suficientemente difícil y la situación actual es ya suficientemente complicada
como para, encima, tener que estar lidiando con modas pedagógicas que vengan a
sembrar aún más confusión.
Si la Verdad no es la razón de
sus esfuerzos, “en vano trabajan los constructores”, pues se le está dando la
espalda al único Maestro.
Vuelvo a invitar a quienes han
estudiado algo relacionado con la enseñanza a que dirijan sus esfuerzos a lo
que inicialmente habían ido a buscar, la maravillosa labor de enseñar a otros y
de ayudar a los que enseñan.
Pues eso es lo que hace falta.
Y verán que es mucho más
apasionante edificar sobre la roca firme de la Realidad que sobre las efímeras
arenas de la moda.
Lo que se haga allí, tendrá un
destino eterno, todo lo demás es perecedero…