sábado, 12 de octubre de 2019

En la Posada de Más allá del tiempo



    Estamos en la posada de Más allá del tiempo, un lugar encantador donde se encuentran personas que pudieron haber vivido a siglos de distancia, pero que los une en una amistad sobrenatural el amor por las cosas verdaderas, bellas y buenas…
Allí los alimentos son reconfortantes y las exquisitas bebidas no embriagan sino que mueven el corazón a una serena alegría.
En aquel lugar se encuentran Kirk David Jason Ramírez, un joven argentino de mediados del siglo XXI y Juan Santiago Núñez un joven español de principios del siglo XVI…

JUAN– (con sorpresa) ¡¿Cómo dices que te llamas?!
KIRK– Kirk David Jason Ramírez
JUAN–  Pues alguien estaba borracho, o el cura que te bautizó o la madre que te dio a luz…
KIRK– (en tono amistoso) No, nadie estaba borracho, solo eran nombres que aparecían en telenovelas que mi madre miraba.
JUAN– ¡Oh, ya he oído hablar de esas telenovelas! Y por lo que sé, hacían más destrozos en vuestros cerebros que las novelas de caballería en los sesos de Don Quijote.
KIRK– Sí, es cierto, pobre mamá… Pero, si no te molesta... antes de que lleguen los otros muchachos... quisiera aprovechar para preguntarte sobre algunas cosas que pasaron en tus tiempos, porque... eran días oscuros aquellos ¿no?
JUAN– ¡¿Obscuros?! El aire estaba tan limpio, los colores tan claros, aún en los poblados… ¿podéis decir lo mismo de vuestras ciudades?
KIRK– Bueno, no… Pero lo que quiero decir es que pasaban cosas terribles. Yo estoy agradecido por la Fe recibida, pero es lamentable que hayan usurpado las tierras y exterminado a los nativos…
JUAN– Oye, ¿cómo puedes decir una cosa así? He estado allí y puedo decirte que no es verdad lo que dices.
KIRK– No lo tomes a mal, no es algo personal, pero he visto documentales donde explican cómo han sido las cosas.
JUAN– Y a esos documentales los has visto seguramente en la misma pantalla en que tu madre miraba esas telenovelas…
KIRK– Sí, es así.
JUAN– Tampoco lo tomes a mal, pero las personas de tu tiempo tenían una verdadera obsesión con esas pantallas ¿cuántas horas al día pasaban pendiente de ellas? En el almuerzo, en la cena, mientras trabajaban, mientras estudiaban, ¡mientras descansaban! ¡Y hasta tenían unas ridículas pantallitas de bolsillo!
KIRK– Celulares se llamaban, pero eran algo útil.
JUAN– Pues, no lo pongo en duda. Pero el problema es que olvidaban mirar la realidad. Fíjate: en aquellos tiempos ¿sabías en qué pueblos habían nacido tus abuelos, o a qué jugaban ellos cuando eran niños?
KIRK– Es cierto, en aquel tiempo a eso no lo sabía.
JUAN– Y probablemente tampoco sabíais mucho de vuestros padres, de vuestros hermanos, de sus alegrías y sus preocupaciones. ¿Y sabes por qué? Porque la materia prima de vuestras conversaciones provenía de lo que habíais visto y oído en esas molestas pantallas. O sea, ellas os decían de qué debíais hablar y cómo debíais hacerlo.
KIRK– Sí, en ese sentido fuimos una generación muy vulnerable
JUAN– Así es, bastaba que un calumniador tuviera el dinero suficiente para poner sus mentiras repetidamente en esas pantallas para que las verdades se olvidaran y las mentiras ocuparan su lugar…
Pero me has hecho una pregunta y no voy a esquivarla. Mira, ninguna de las grandes civilizaciones, ni la egipcia, ni la romana, ni la griega, ni la judía se hicieron sin las correspondientes invasiones y conquistas de territorios, esto ha sido así en la historia de la humanidad.
Pero además, cuando los españoles llegamos nos encontramos con otros usurpadores.
KIRK– ¿Otros usurpadores? ¿Cómo es eso?
JUAN– El imperio de los aztecas, y el de los incas, se había creado con violencia y se mantenía sometiendo a los nativos con una opresión sanguinaria . ¿Crees que fuimos nosotros solos los que vencimos a esos miles de guerreros? Pues fuimos nosotros junto a los nativos, así pudimos hacerlo.
KIRK– Es cierto, hay conquistas y conquistas.
JUAN– Piensa solamente en los rostros de los habitantes de toda Hispanoamérica de tu siglo XXI, cuánta sangre india hay en todas esas gentes. Y piensa, en cambio, en los Estados Unidos de Norteamérica ¿por qué quedaron tan pocos indios allí? Pues porque los ingleses sí que los masacraron. De alguna manera, por una idea religiosa torcida –o “vuelto loca” como diría el Gordo–, se sentían los elegidos y al indio lo veían como un ser inferior.
KIRK– Pero ¿y ustedes?
JUAN– Nuestros sacerdotes nos lo recordaban a cada instante “los indios son iguales a vosotros” El espíritu misionero impregnó toda la conquista llevada a cabo por España.
KIRK– Pero hubo abusos, no fue todo tan puro.
JUAN– ¡Pues claro hombre! ¡Se trata de seres humanos! Pero incluso a hombres importantes se les mandó a prisión cuando cometieron algún delito: las leyes promulgadas por la corona protegían a los indígenas. Nuestra querida reina Isabel era una santa. Aquella España fue un ejemplo para los pueblos.
Dime ¿cuántas veces habéis oído hablar mal de los ingleses por lo que hicieron con los indios?
KIRK– Casi nunca.
JUAN– En cambio cuánto odio a aquella España católica. Nadie iba a insultar en tu siglo XXI a los gobernantes españoles, los insultos iban contra a la Iglesia. Y, la verdad, qué poco habéis defendido estas causas…
KIRK– El evangelio nos manda poner la otra mejilla.
JUAN– Eso es muy noble cuando te insultan a ti, pero no cuando insultan la Verdad. Fíjate en Cristo, que es la Verdad y la Vida: cuando lo abofetearon dijo con hombría: “Si he hablado mal, declara lo que está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?”
Mira, no se trata de devolver un insulto, se trata de ser firme y amable: como el gordo Chesterton, ¡qué gran tipo! Hasta sus adversarios lo estimaban.
KIRK– ¿Chesterton, el inglés?
JUAN– Sí, suele venir con otros amigos a tomar aquí unas cervezas. Ellos vivieron en un tiempo muy cercano al tuyo. Pero en el siglo XXI los cambios fueron tan rápidos, hay cosas de vuestro tiempo que realmente sigo sin entender.
KIRK– ¿Qué cosas por ejemplo?
JUAN– Pues, mira, las mujeres de todos los tiempos han sido signo de belleza, de dulzura… pero también de valentía: llevan a sus críos en sus vientres y los defienden como leonas. Y aun las que no son madres, tienen un amor por los niños que las impulsa a actos heroicos. Es cierto que en tu época unas pobres desdichadas despreciaban esas virtudes, pero muchas otras no y eran verdaderamente mujeres valientes.
Pero los hombres ¡por favor! habéis sido una vergüenza. Nosotros combatimos contra los enemigos de la Fe, y nuestros trabajos eran rudos. Y vosotros, en cambio, sentados en vuestra casa, sentados en vuestro automóvil, ¡sentados hasta en el trabajo! ¡Todo el día sentados! ¡No sé cómo no se les borraba…!
KIRK– ¡Momento! No tenemos culpa de ello, así eran esas ocupaciones. Y si es por pelear, algunos eran capaces de molerse a palos durante un partido de fútbol
JUAN– Caramba, hombre, no te confundas, esos pobres tipos no eran valientes, eran simplemente locos. El asunto es éste: dónde, en la vida cotidiana, un hombre de tu época mostraba que era un hombre cabal.
KIRK– Mira, tú sabes que si estoy aquí es precisamente porque no he sido un cobarde.
JUAN– Cierto es, significa que has combatido el buen combate, como dice la Escritura.
KIRK– Y ahí está la respuesta, querido amigo, en tus tiempos el hombre justo era respetado por todos, pero en el siglo XXI, ser honrado significó ser tomado a veces por estúpido y ser virtuoso, por ridículo, vaya si nos costó mantener la Fe, fueron tiempos muy difíciles.
JUAN–  (luego de un momento de pensativo silencio) Ahora estoy comprendiendo. Eran las duras luchas espirituales de las que también habla la Escritura… Bueno, pidamos una cerveza, aquí bebemos una exquisita cerveza negra, espesa, fuerte y bien amarga.
KIRK– OK, pero… preferiría una un poco más suave.
JUAN– Mmm, bueno… ¡Silvestre! ¡Trae dos jarros de cerveza! Uno de la buena y otro con cerveza para niños.
KIRK– ¡Oye, qué estás diciendo!
JUAN– Vamos, no te enojes, es un chiste. Solo hago bromas con mis amigos, y solo soy amigo de personas que admiro.
KIRK– Brindemos
JUAN– Pues ¡brindemos!