Estacioné el auto bajo la sombra
de los árboles y del edificio de la aduana y comencé la acostumbrada caminata
que devendría luego en moderado trote. Esto último sucedía si se daban las
condiciones apropiadas de temperatura ambiente y humedad pero, sobre todo, si
la propia voluntad lo aprobaba.
No tenía en esto ninguna
originalidad, cientos de personas hacían lo mismo, caminar o correr se había
convertido en una moda, algo propio de una época en que, por un lado, trabajar
significaba no moverse y en la que, además, había un promocionado interés por
la salud y la estética.
Estaban todos, los aficionados, los
que entrenaban como complemento de algún deporte, los que caminaban para
distraerse, los que se movían un poco por prescripción médica, los que paseaban
con su familia, los fanáticos que se sometían a toda clase de torturas al solo
efecto de no tener panza, y los que se sentaban a tomar mate y comer facturas
sin la menor preocupación de que las próximas olimpíadas pudieran verse
privadas de su presencia.
A pocos pasos del tercer galpón
del puerto, convertido ya en un vidriado y funcional salón, comenzaron repentinamente
a bajar de una combi unos seres con plumas y tacos altos, eran mujeres
que, al parecer, no tenían muchas intenciones de pasar inadvertidas. Al
instante la percusión de un inesperado carnaval había invadido un buen sector
del parque.
Semejante irrupción en un paisaje
cotidiano, en otra época hubiese significado un escándalo mayúsculo: algarabía
en los más chicos, sonrisitas torcidas en los muchachones, chicas ruborizadas y
con el enojo en sus cejas, otras con miradas de incredulidad, madres indignadas
y con los brazos en jarra, señores mayores murmurando con indignación, alisándose el bigote y tratando de
que no se le volaran los lentes.
Pero nada de esto en la segunda
década del siglo XXI, la sorpresa era más bien modesta, alguna sonrisa, miradas
condescendientes, no mucho más, también podría haber visto, indudablemente,
madres indicándoles a sus hijas pequeñas que se movieran como las chicas de las
plumas…
Olvidé todo el asunto unos pasos
más adelante, pero volvió a mi mente unos kilómetros después cuando iba
volviendo y la percusión comenzaba a hacerse nuevamente audible. Una vez que
las plumas se hicieron visibles sobre las cabezas de las personas que caminaban
en la costanera me pareció lo más atinado cruzar la calle al solo efecto de
evitar la comparsa, aunque también con el fin de acercarme a las máquinas que
la municipalidad generosamente había instalado para que los ciudadanos pudiéramos
ejercitar nuestros músculos.
En esos mismos momentos se activó
en mí el “contestador de reportajes”, porque algún canal local seguramente
estaría cubriendo el suceso. Siempre es un problema contestar algo al paso,
porque uno queda grabado y, eventualmente, difundido, diciendo cosas en unos
pocos minutos en los que no se está en disposición de pensar o de exponer
adecuadamente una idea.
- ¿Qué
opinás de estas chicas? (una agradable
corresponsal seguida por una cámara en el medio del bullicio)
- (con el típico gesto de desdén de Mascherano
-aunque hubiesen ganado siete a cero y no estuviese enojado para nada-, que
consiste en levantar un poco la parte izquierda del labio superior y empezar
diciendo “no” aunque la respuesta fuese afirmativa) No, mirá… esto me
recuera a un político de acá de la provincia… (interrupciones propias de una persona que habla en medio del griterío,
que hace que uno entrecierre los ojos, como si eso amortiguara algo), no te
lo voy a nombrar… que decía que estas cosas le parecían una frivolidad… hasta
que se dio cuenta del dinero que esto significaba para la provincia…
O sea, es el
dinero… el dinero que lo justifica todo, es el que hace que empujemos a estas
chicas, nuestras chicas, de acá de la provincia, a exhibirse de esta manera… (y, siendo consciente de que no era la
típica respuesta esperada, continué) lo que pasa es que quien se muestra
así en público da toda la impresión de que no tiene otra cosa para mostrar...
Impresión que seguramente es errónea, yo estoy seguro de que estas chicas
tienen otras virtudes, otras cualidades, además de las obvias, pero, claro
está, no es lo que vienen a mostrar aquí…
- ¿Vos
querés decir que no estarías de acuerdo con el carnaval?
- Mirá,
a mí me parecen de una belleza mayor otras chicas… fijate por ejemplo aquella
que está allá con esos gurises, fijate cómo los cuida, probablemente sea la
madre… eso es de una belleza de otro orden, no va a salir reina del corso, pero
es una belleza verdaderamente femenina, en cambio esto otro es… qué se yo, una
cosa más bien primitiva… no sé cómo decirte, tampoco quiero ser ofensivo…
(y como encontrándole la vuelta al asunto…)
Mirá, yo sé que algunos me tildarán de cursi, o de estúpido… no me importa (…fijé mis ojos en la cronista y suavicé el
tono lo más que pude en aquel bullicio), yo prefiero mil veces estar
mirándote a vos a los ojos y no mirarle el c…, bueno, el cuerpo a esas chicas.
- (risas de la periodista y bajada de vista)
- ¡No,
no!¡Te lo digo en serio! Porque una mirada tiene algo único, si uno ama la
mirada de una mujer, esa mujer simplemente no tiene reemplazo, porque la
belleza de una mirada es algo particularísimo… en cambio la belleza de un culo
es una cosa más bien estándar…
Esa licencia final era toda una
genialidad porque decía algo cierto pero no de una manera ceñuda sino con una
humorada. Pero si realmente hubiera algo de verdad en todo lo dicho, y más por
TV, era un problema. Eso de que “la
verdad no ofende” no era para esos tiempos. Decir que algo es estúpido cuando
todo el mundo cree que es fantástico, es
ofensivo ¿qué quiere que le haga? Pero, bueno, ¿para qué me preguntan?
Claro que uno debe estar dispuesto
a dar testimonio de la verdad, aunque tampoco uno debe ir adrede a derribar
ídolos para que vengan a apedrearte y sacar chapa de mártir, eso sería una
temeridad, qué sabe uno si se la va a aguantar… Pero tampoco se puede aceptar
que a uno lo obliguen a rendirle honor a los ídolos…
Yo sabía que una cosa así traería
cola (¡precisamente!), tratarían de ubicar por las redes sociales, por e-mail,
o por teléfono, o como sea, quién fue el que dijo eso…
En definitiva, llegué hasta las
máquinas, hice un poco de ejercicio y, mientras iba caminando hacia la zona de
los galpones donde tenía el auto, me alegré enormemente de que, por suerte,
nadie me hubiera ido a preguntar nada. Hubiese sido un momento de mucha
tensión, y yo a lo que había ido era a buscar un poco de descanso mental,
además de hacer ejercicio.
Pero, bueno, si en alguna otra
oportunidad que yo anduviera caminando por ahí, bajara alguna comparsa de una
combi y alguna periodista de ojos lindos viniera a preguntarme qué opino, ya
tenía idea qué decir y, de paso, quedar como un tipo canchero.
Voz: Santos Reinaldo Cardoso
Letra, música, guitarras, programación: Raúl Squilache
Coros: S. R. Cardoso, Alfredo Dupont, R. Squilache
Álbum: We are the pop. Vitrola Records. 2005
Video no comercial MMXVI
No hay comentarios:
Publicar un comentario