La risa es algo perfectamente
humano, es algo que surge espontáneamente cuando, por ejemplo, alguien dice
algo gracioso.
Puede haber quien dice algo
hilarante y quien lo festeja, generalmente el que cuenta espera el festejo,
pero puede suceder que uno no diga algo gracioso y estalle una desubicada risa,
eso es, evidentemente, algo muy molesto.
Por humana que sea la risa, es
injustificable la actitud de aquel que estalla en sonoras carcajadas cuando
alguien, hablando con toda seriedad, está contando, por ejemplo, sobre algún
problema, o está contando una historia, un cuento lleno de belleza… Cuando una
persona ríe ruidosamente como si le hubieran contado el chiste del “pajuerano
que fue a comprar supositorios”, pero esto ante el dolor dignamente contado, o
ante la sublimidad de una belleza o de una bondad que debería mover a la contemplación
del misterio, o hacia incluso la reflexión religiosa, puede tratarse, en el
menor de los casos, de un verdadero desubicado, puede ser también una persona
que no está en sus cabales, pero también puede darse el caso de que se trate de
una actitud malvada, de alguien cuya risa ha dejado de ser humana, ya que con
su propia ridiculez está tratando de dejar, a su vez, en ridículo a la verdad,
al bien, a la belleza…
Por otra parte, si alguien sale
de su casa y se va al trabajo, con saco y corbata, maletín en mano, pero lleva
un gorrito, que es, en realidad, la base de una enorme y simpática cabeza de
vaca, y, además, tiene la delicadeza de colocarse en el pasacinto trasero del
pantalón, una solemne cola de vaca que termina en unos primorosos flecos
dorados… Por más que esa persona camine con seriedad, y vaya con –incluso- más
cara de vaca que la que lleva arriba, es muy probable que sea mirado de reojo
por muchos, también que otros se miren enarcando las cejas mientras lo señalan
con la cabeza, y que otros disimulen una risita… pero existen otros que se van
a reír sin preocuparse mucho por disimular, y, peor aún, es muy posible que alguno
se crea en derecho de acercarse y reírsele en la cara…
Estos últimos son, probablemente,
los mismos del párrafo anterior: simples desubicados, o gente que no está en
sus cabales, o personas que tienen una actitud malvada.
En ninguno de los dos casos la
burla está justificada, la burla es una estupidez, porque uno puede hablar con
un tipo que tenga sobre su cabeza una enorme cara de vaca, simpática y
sonriente, y mirarlo a los ojos, haciendo un enorme esfuerzo de hacer de cuenta
que no hay nada raro, se puede, pero, ciertamente, implica un gran autodominio,
porque hay algo raro. En el primer
caso la actitud del damnificado no promovía la burla, en el segundo sí, aunque,
no está demás repetirlo, no está demás
repetirlo, no está demás r…, no lo merezca.
Todo esto es tan obvio que da
vergüenza escribirlo, pero estamos en una época en que lo obvio es novedoso.
Las ideas liberales y
progresistas que hoy nos moldean desde la más tierna infancia en que nos
colocan frente al TV, y que nos esperan con los brazos abiertos en las aulas de
los colegios, probablemente hayan activado alguna confusa alarma al leer los
últimos párrafos.
Porque el liberalismo nos
explicará, con el índice levantado y con una solemnidad digna de mejor causa,
que “cada uno está en su derecho de salir vestido como se le dé la gana” y que
nadie tiene derecho a burlarse porque “el derecho de uno termina donde comienza
el de los demás”, etc., etc. todo esto dicho con aires de verdad sagrada.
Todo es tan completamente
ridículo que puede darse el caso de que un joven ejecutivo salga vestido como
hemos dicho, con su gorrito-cabeza de vaca y su cola de flecos dorados, que, al
pasar, algún albañil le diga algo respecto de que tuviera cuidado con
determinadas actitudes eventualmente condenables de algún toro, y que, para
peor, otro albañil, desde lo alto de un andamio, le añadiera la sugerencia de que
no se hiciese problema, que él lo defendería de cualquier monstruo taurino, al
grito de “mi nombre es Teseo”, por supuesto, lo que el joven ejecutivo entendería
sería “deseo” y eso aumentaría su humillación, apuraría su avance con pasitos
apretados y entre sollozos le contaría luego a su novia lo mal que lo han hecho
sentir… más tarde irían juntos a hacer la correspondiente denuncia.
Y uno se pregunta ¿este tipo no
tiene, o no tuvo, un padre, un hermano mayor, un tío, un abuelo que le dijera
“¡No podés ser tan …!”? Y la respuesta es que no. O bien su padre era como él,
como ya lo dijera Pipo Gorosito, según se le atribuye la frase “de tales
padres, tales hijos”, no era exactamente así la frase, o bien él ya estaba
prevenido desde su arruinada infancia y tenía el teléfono a mano para
denunciar, llegado el caso, por maltrato verbal a su autoritario padre.
Sucede que la Revolución a la que
se está sometiendo a todo lo que fue el occidente cristiano está tratando de
cerrar el círculo y padece una desesperación por no dejar piedra sobre piedra.
Porque el progreso no admite errores, cada error es subsanado por otro error
peor aún, y es intentar apagar el fuego con combustible. Esta clase de gente es
capaz de haber inventado el atonalismo con tal de no reconocer que se
equivocaron de acorde. Así que los errores dan toda la impresión de no ser
tales, sino simplemente ladrillos que se van retirando del noble castillo que
se desea destruir.
El progreso tecnológico ha subyugado
a la humanidad a la manera de una adicción, y la humanidad está encantada con
el uso de unos artefactos que están tan cerca de la magia como de la chatarra, esto
tiene un extraño efecto colateral que consiste en una tácita sensación de completa
superioridad respecto de generaciones anteriores, o de épocas anteriores.
Con total naturalidad se asume
que cualquier slogan que se lanza al aire contiene una novedad y un avance
respecto de oscuras épocas anteriores. Un ejemplo de ello es el tema de la
“violencia de género”.
En épocas en que la nobleza y la
caballerosidad eran conductas respetadas y deseadas cualquier jovencito sabía
que el que se atrevía a levantar la mano contra una mujer era un verdadero
canalla, un ser despreciable que no podía ser considerado un verdadero hombre.
Incluso el vocabulario a utilizar delante de una dama era especialmente cuidado.
Pero el progresismo, al no
entender el alma de la caballerosidad, pervierte esa actitud considerándola no
como un trato amable hacia un ser que tiene corazón de madre sino como una
condescendencia hacia un ser inferior, por esa razón la caballerosidad ha sido
despreciada.
Que tanto hombres como mujeres
son iguales en dignidad no sería una novedad para las mentes de personas de
épocas hoy consideradas superadas, pero esas personas tenían en cuenta la
distinción de roles femeninos y masculinos, tenían en cuenta, por ejemplo, que,
al menos generalmente, los intereses
masculinos tienen más que ver, por ejemplo, con “lo que sucede en el mundo” y
que los intereses femeninos se centran más bien en lo que sucede en el hogar.
Pero esta distinción es
considerada obsoleta, anticuada, discriminatoria, arbitraria, estructurada, etc.
etc. por el progresismo que ha lanzado su inapelable dogma de la igualdad, no en
la dignidad, sino en todo. Soy testigo de que un profesor fue tildado de
“estructurado” porque hizo ordenar los pupitres a los alumnos varones, el
profesor no dudaba de que las alumnas estuvieran perfectamente capacitadas de
realizar esa tarea, pero le parecía que se trataba de una modesta enseñanza de
caballerosidad para ellos y una muestra de delicadeza hacia ellas. Llamativo,
aunque esperanzador, es que siga habiendo gente que se sorprenda de que un
muchacho no ceda su asiento en el colectivo, la pregunta es, después de haber
sido educado en los nuevos valores ¿por qué habría de cederlo? Si se ha
insistido que no hay por qué dar un trato especial a la mujer porque somos todos
iguales, a título de qué se le va a pedir a ningún chico que lo haga, “yo pagué
mi boleto” dirá, en perfecta consonancia con “hacé la tuya”, otro slogan que se
le ha dicho también insistentemente.
Una bandera, decíamos, que el
progresismo ha empezado a hacer flamear últimamente es la que se opone a la
violencia contra las mujeres, y lo hace con gran valentía y con aires de
novedad, pretendiendo ser ellos quienes vienen a socorrer a la humanidad de un
horrible flagelo venido de tiempos oscuros… tiempos oscuros que son anteriores
a los que había moldeado la moral tradicional que ellos tanto odian y se
complacen en destruir.
En épocas en que al hombre se le
pedía ser un caballero y a la mujer tener también una actitud noble y recatada,
la tierra tampoco era un paraíso ni mucho menos -antes de seguir declaro
conocer que malvados han habido en todas las épocas, tipos que merecen estar
presos hay en todas las épocas, etc. etc. - , un hombre podía volver a su casa
tal vez de mal humor acaso por algún momento difícil vivido en el trabajo y la
mujer, educada para ser buena esposa y madre, era capaz de un acto
verdaderamente virtuoso siendo compresiva con su marido, y el tipo, que también
estaba educado en la misma moral que lo movía a las virtudes, viendo la actitud
de su esposa, que acaso mandó a jugar afuera a los chicos para que no
molestaran en ese momento de mal humor, tenía la posibilidad de tomar
conciencia de lo injusto que había sido con su familia al llegar de esa manera…
Una escena así es posible aún hoy,
pero a
pesar de los dogmas progresistas.
Siguiendo la instrucción
progresista la escena terminaría de una manera completamente distinta: la mujer
ahora sabe que no es quién para soportar el mal humor de nadie, y menos del
marido, y se lo hará saber por ejemplo diciéndole que se hace el guapo en la
casa porque en el trabajo no se anima a enfrentar al jefe, el tipo humillado
delante de los chicos, que también protestan porque estaban viendo televisión y
no los dejan escuchar, levanta aún más la voz… y se da una lamentable escena de
violencia verbal en la que la mujer suele sacar ventaja, a lo que puede seguir
una puerta rota por un puñetazo dado para sacarse la bronca, o aún peor… porque
el hombre, también educado en los nuevos valores sabe que no está ante un ser
al que le debe protección y especial buen trato, sino que está ante un igual.
El progresismo entonces, en su
hambre de destrucción, perfectamente incapaz de reconocer que su intervención
ha empeorado notablemente las cosas, va más allá y descargará toda su furia,
pero poniendo cara solemne, contra la figura paterna, considerándola siempre
autoritaria y opresiva, salvo que su comportamiento se parezca al de un hermano
mayor macanudo, piola, o sea si su comportamiento no se parece en nada al de un
padre.
Por otra parte el ideal de madre está
también bastante lejos de lo que se entendía por una madre, luego de los
cuidados obvios que se necesitan en la primera infancia, la progenitora, según espera
el progresismo, debe estar atenta a lo que las ideas en boga esperan de sus
hijos, caso contrario sería una inadaptada, estaría fuera de la moda, además no
debe olvidarse de su auto-realización, porque eso de “madre abnegada” hay que
dejarlo en el pasado…
Los hijos, las nuevas
generaciones, por su parte, son el blanco preferido… se intentará por todos los
medios de liberarlos del autoritarismo paterno-materno antiguo para que cuanto
antes se sacudan los resabios de viejas costumbres y se conviertan en autómatas
incapaces de reaccionar contra cualquier idea que el sistema imperante les
quiera implantar. Y así serán buenos consumidores y piezas perfectamente
funcionales a una maquinaria cada vez más inhumana…
Por si quedaran dudas acerca de
qué clase de tiempos estamos viviendo, desde una institución oficial de un país
europeo, que en otros tiempos había sido abanderado de la cristiandad, se ha
señalado, en estos últimos días, como culpables de las situaciones de violencia
doméstica… a la idea tradicional de la familia y a la religión. Es decir,
estamos nadando en medio del océano, con el barco hundido… alguien divisa una enorme pieza de madera flotando -evidentemente un fragmento del barco- y a la cual podríamos aferrarnos para esperar el rescate…
y la voz cantante del grupo nos advierte que es un monstruo horrible culpable
de nuestro naufragio.
Por supuesto, hombres, mujeres y
niños pagan por igual un alto precio por tanto desatino, por tanta necedad… porque
han perdido el norte, han perdido el rumbo.
Pero, mientras vemos que es
grande la destrucción, los agentes del progreso ven, y a veces con
desesperación, que las defensas del castillo aún resisten… a pesar de tanto
dinero invertido a nivel global, a pesar de tanto esfuerzo por derribarlas…
porque la misteriosa lucha del progresismo es contra la naturaleza, y el odio
que los impulsa parece venir desde fuera de ella.
Hay, sin embargo, un logro en
particular que hay que reconocerle a las ideas liberales y progresistas, y es
el hecho de dejar de considerar como algo admisible una actividad que desde
hace tiempo venía, a su vez, reclamando ser considerada como respetable y a la
que se le suele atribuir una antigüedad cercana a la del mundo mismo.
Pero a tal logro se llegó no por
el camino de la moralidad, que siempre se ocupó de reprobarla, sino por el lado
de la defensa de los derechos de la mujer. Bueno, no está mal tampoco, después
de todo, si la idea era llegar a Roma, lo mismo da que sea por un camino o por
otro.
No deja de llamar la atención el
hecho de que tal logro pudiera darse hoy y no en épocas en las que
especialmente hubiesen querido desterrar tal actividad. Hay que decir que en
esas épocas se vieron obligados a admitirla por la simple razón de que, si bien
con las leyes se puede orientar hacia un comportamiento u otro, no se puede por
decreto hacer que todos los ciudadanos sean virtuosos. Y ahí es cuando uno
empieza a entrever la tristísima razón por la cual ese logro se ha dado en
nuestra época y no antes, se trata de una actividad que, por el enorme envilecimiento
de las costumbres de una gran parte de la sociedad, se ha vuelto tan superflua
como lo es hoy la hipocresía.
Muy probablemente sea esta época
cuando más se habla de los derechos femeninos, e indudablemente es ésta la
época en la que peor se trata a la mujer.
El arte del vestido en otras
épocas ha tratado a la mujer como una princesa, queriendo resaltar su gracia,
su delicadeza… y ese trato da a la mirada masculina tiempo de extasiarse en una
belleza verdaderamente femenina, buscando inmediatamente su rostro, sus ojos,
su mirada, buscando saber quién es la portadora de tal belleza.
Pero no la trata hoy la moda de
la misma manera. El ideal de “chica sexy” ha destruido la belleza femenina
reduciéndola exclusivamente a la atracción sexual, que por supuesto, como algo
humano, ha estado en todas las épocas, pero mientras en otras se ha tratado de
forma implícita, la moda de nuestra época lo coloca en un primer plano.
La sabiduría de otros tiempos,
que conocía la naturaleza humana y sabía a dónde quería llegar, lograba que un
hombre pudiese ver una mujer y acaso sentirse atraído por su belleza, mucho
antes de reparar en algún particular distrito de su anatomía. Las luminarias de
estos tiempos -que conocen también, a su manera, la naturaleza humana, y saben
qué quieren destruir- logran que algunos hombres estén por un rato interesados
en algún particular distrito de la anatomía femenina sin reparar jamás en la
mujer. El resultado obvio es que ambos, hombre y mujer, se han degradado en su
dignidad humana.
Tremendamente ofensivo hubiese
sido ofrecer ciertos atuendos de la moda actual a alguna muchacha joven y bella
de otros tiempos, porque sabía lo que era propio de una dama y se daba cuenta de
qué se la estaba tratando. Difícil es que en tiempos actuales se tome
conciencia de ello, más cuando las solemnes voces advierten “Si te dice cómo
debes vestirte, es violencia”, por supuesto, están los maniáticos posesivos y
peligrosos de los que conviene precaverse, pero, lamentablemente, caen dentro
del círculo aquellos padres, o hermanos, o novios, o esposos que, además de ser
conscientes de la psicología masculina, conservan confusamente algún vestigio
de una lejana sabiduría.
Quien tenga cierta conciencia de
estas cosas y esté obligado a caminar por las calles de este extraño siglo
deberá armarse de paciencia, y de piedad… porque muchas veces será necesario
mirar a alguien a los ojos y hacer un enorme esfuerzo de hacer de cuenta que no
hay nada raro, aunque sobre su cabeza tenga una enorme cabeza de vaca o aunque
le ofrezca a su consideración, gratuitamente y fingiendo indiferencia, algunos distritos
de su anatomía. No se inquiete, solo son personas que han bebido de las
pestilentes ciénagas del progreso.
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