jueves, 12 de mayo de 2016

¿Y esto para qué me sirve?


Desde algún punto de vista se puede pensar que es poco rentable la inversión de tiempo en adquirir conocimientos relacionados con el arte. Difícilmente alguien pueda aspirar a conseguir un empleo incluyendo en su currículum, al lado de los cursos de computación e inglés, el haber leído a Cervantes o el ser versado en la música de Bach; probablemente no sean las características que los departamentos de selección de personal especialmente busquen, es más, acaso sean características que pueden ser vistas como signos de una personalidad rara o elitista, y que, por lo tanto, indiquen como “desaconsejable” la inclusión del singular postulante.
Hay quienes sostienen, sin embargo, que una persona instruida puede moverse con mayor facilidad en ambientes de un nivel socioeconómico más elevado, y, en ese sentido, las nociones artísticas forman parte de un bagaje de conocimientos que lo distinguen como persona culta, lo cual, al parecer, constituye un bien tan enorme como la ropa de marca y los buenos perfumes, solo que es más barato.
Es éste un argumento que va perdiendo peso últimamente, porque quienes ocupan el sitio de lo que antes se llamaba nobleza, han procurado cuidadosamente no perder ninguna de sus ventajas pero se han liberado hábilmente de todo lo que ese puesto exige, que consiste en llevar sobre sus espaldas no pocas responsabilidades, entre las cuales está el buen gusto.
Es natural en el hombre la imitación, el tener algo o alguien como modelo. En la actualidad se da la penosa situación de que mientras las personas comunes anhelan el buen vivir de los pudientes, los pudientes ostentan el mismo desparpajo e irresponsabilidad que en otros tiempos ellos mismos habrían considerado como patrimonio de la plebe.
Muchos declaran incuestionable cualquier tipo de expresión, aseguran que como todo arte es expresión, toda expresión puede ser considerada arte, entonces el conocimiento y la enseñanza del arte son encarados en forma consecuente con ese principio. Hay que reconocer que esta escuela tiene su encanto porque en un instante nos transforma a todos y a todas en auténticos y auténticas artistos y artistas. Pero su amplitud extrema tiene resultados bastante discutibles, dado que la misma expresión con que ha sido saludado un motociclista en contramano por un automovilista indignado se convierte en obra artística siempre y cuando se haya tenido la prudencia de estamparla en alguna superficie con algunas manchas de pintura, que, incluso, bien pudieron haber sido accidentales.
A favor del estudio de la música y del arte en general se podría decir que el producto artístico tiene muchísima demanda en la industria del entretenimiento, y en la industria en general: cine, teatro, radio, TV, publicidad, video juegos, paseos comerciales, etc., etc. ante eventuales protestas de los puristas del arte se podría explicar que no se trata de otra cosa que de una nueva forma de mecenazgo, y que, por lo tanto, la dignidad del arte no está en juego.
Desde ese punto de vista, lo único que interesa para hacer distinciones entre el compositor de “Water music” y el compositor de un jingle publicitario que promociona alguna marca de agua mineral sería saber quién financió el proyecto. Es muy probable que el músico del jingle sea un muy competente compositor egresado alguna distinguida universidad y Händel, después de todo, también cobró por su música.
Así se podría sostener que si a los grandes compositores de otras épocas les hubiera tocado nacer en el siglo XX - XXI también habrían puesto sus talentos al servicio de quien pague, así como antes fue el rey Jorge I, hoy puede ser “Manantiales de la Gran Urbe S. A.”. Pero también, en el mismo terreno de las suposiciones, se podría pensar que muchos de esos grandes compositores hoy preferirían ganarse dignamente la vida manejando un taxi antes que someterse a las exigencias y a las estrecheces de miras de los mercaderes exitosos.
Acaso considerar dos artistas y asemejarlos porque ambos han hecho obras por encargo sea poner el acento en una similitud enteramente lateral. El asunto es ver qué es lo que esos compositores han plasmado en sus obras, cuál es la profundidad con la que han indagado en el alma humana o en los misterios del universo.
En ese sentido la capacidad técnica del artista es una condición ineludible pero no suficiente para una buena obra, porque las proezas técnicas resultan ineficaces si no logran belleza, y son lamentables si lo que principalmente buscan es mostrar la genialidad del autor.
Por la misma razón, aún lograda, la belleza misma de una obra tampoco la define como una gran obra, unos ojos lindos no son nada más que eso si no son también una mirada bella, si no nos hablan de un corazón con capacidad de amar, de perdonar, de vivir, de contemplar…
Una digna obra artística tiene la capacidad potencial de elevar a quien se acerca a ella, de mover a la contemplación, de mostrar uno u otro aspecto de la inmensidad divina al hacer observar la grandeza y la pequeñez humana o al mostrar la múltiple variedad de matices de la realidad a través de innumerables recursos estéticos.
Esa capacidad de la obra es potencial porque depende en gran parte de quien la contempla, que la recibirá a su medida y según su propio molde, tanto es así que puede darse el caso, para nada raro, de que vea en la obra aspectos que el propio autor no había observado.
Entonces el entrenamiento en la capacidad de ver, de percibir, de entender, de discernir, hará que pueda aprovecharse lo que puede haber de bueno en las obras artísticas. Siendo el gusto algo especialmente subjetivo está claro cada uno tendrá sus preferencias, no obstante, la formación artística, como parte de una formación integral, sin ejercer arbitrariedades puede dar elementos para darse cuenta de que hay obras que valen la pena y otras que no. No solo porque hay expresiones artísticas que ennoblecen y otras que envilecen, sino también por la sobreabundancia de material disponible literalmente para todo el mundo.