Desde algún
punto de vista se puede pensar que es poco rentable la inversión de tiempo en
adquirir conocimientos relacionados con el arte. Difícilmente alguien pueda
aspirar a conseguir un empleo incluyendo en su currículum, al lado de los
cursos de computación e inglés, el haber leído a Cervantes o el ser versado en
la música de Bach; probablemente no sean las características que los departamentos
de selección de personal especialmente busquen, es más, acaso sean
características que pueden ser vistas como signos de una personalidad rara o
elitista, y que, por lo tanto, indiquen como “desaconsejable” la inclusión del
singular postulante.
Hay quienes
sostienen, sin embargo, que una persona instruida puede moverse con mayor
facilidad en ambientes de un nivel socioeconómico más elevado, y, en ese
sentido, las nociones artísticas forman parte de un bagaje de conocimientos que
lo distinguen como persona culta, lo cual, al parecer, constituye un bien tan
enorme como la ropa de marca y los buenos perfumes, solo que es más barato.
Es éste un
argumento que va perdiendo peso últimamente, porque quienes ocupan el sitio de
lo que antes se llamaba nobleza, han procurado cuidadosamente no perder ninguna
de sus ventajas pero se han liberado hábilmente de todo lo que ese puesto exige,
que consiste en llevar sobre sus espaldas no pocas responsabilidades, entre las
cuales está el buen gusto.
Es natural
en el hombre la imitación, el tener algo o alguien como modelo. En la
actualidad se da la penosa situación de que mientras las personas comunes anhelan el
buen vivir de los pudientes, los pudientes ostentan el mismo desparpajo e
irresponsabilidad que en otros tiempos ellos mismos habrían considerado como patrimonio de la plebe.
Muchos
declaran incuestionable cualquier tipo de expresión, aseguran que como todo
arte es expresión, toda expresión puede ser considerada arte, entonces el
conocimiento y la enseñanza del arte son encarados en forma consecuente con ese
principio. Hay que reconocer que esta escuela tiene su encanto porque en un
instante nos transforma a todos y a todas en auténticos y auténticas artistos y
artistas. Pero su amplitud extrema tiene resultados bastante discutibles, dado
que la misma expresión con que ha sido saludado un motociclista en contramano
por un automovilista indignado se convierte en obra artística siempre y cuando
se haya tenido la prudencia de estamparla en alguna superficie con algunas
manchas de pintura, que, incluso, bien pudieron haber sido accidentales.
A favor del
estudio de la música y del arte en general se podría decir que el producto
artístico tiene muchísima demanda en la industria del entretenimiento, y en la
industria en general: cine, teatro, radio, TV, publicidad, video juegos, paseos
comerciales, etc., etc. ante eventuales protestas de los puristas del arte se
podría explicar que no se trata de otra cosa que de una nueva forma de
mecenazgo, y que, por lo tanto, la dignidad del arte no está en juego.
Desde ese
punto de vista, lo único que interesa para hacer distinciones entre el
compositor de “Water music” y el compositor de un jingle publicitario que
promociona alguna marca de agua mineral sería saber quién financió el proyecto.
Es muy probable que el músico del jingle sea un muy competente compositor
egresado alguna distinguida universidad y Händel, después de todo, también
cobró por su música.
Así se podría
sostener que si a los grandes compositores de otras épocas les hubiera tocado
nacer en el siglo XX - XXI también habrían puesto sus talentos al servicio de
quien pague, así como antes fue el rey Jorge I, hoy puede ser “Manantiales de
la Gran Urbe S. A.”. Pero también, en el mismo terreno de las suposiciones, se
podría pensar que muchos de esos grandes compositores hoy preferirían ganarse
dignamente la vida manejando un taxi antes que someterse a las exigencias y a
las estrecheces de miras de los mercaderes exitosos.
Acaso
considerar dos artistas y asemejarlos porque ambos han hecho obras por encargo
sea poner el acento en una similitud enteramente lateral. El asunto es ver qué
es lo que esos compositores han plasmado en sus obras, cuál es la profundidad
con la que han indagado en el alma humana o en los misterios del universo.
En ese
sentido la capacidad técnica del artista es una condición ineludible pero no
suficiente para una buena obra, porque las proezas técnicas resultan ineficaces
si no logran belleza, y son lamentables si lo que principalmente buscan es
mostrar la genialidad del autor.
Por la misma
razón, aún lograda, la belleza misma de una obra tampoco la define como una
gran obra, unos ojos lindos no son nada más que eso si no son también una
mirada bella, si no nos hablan de un corazón con capacidad de amar, de perdonar,
de vivir, de contemplar…
Una digna
obra artística tiene la capacidad potencial de elevar a quien se acerca a ella,
de mover a la contemplación, de mostrar uno u otro aspecto de la inmensidad
divina al hacer observar la grandeza y la pequeñez humana o al mostrar la
múltiple variedad de matices de la realidad a través de innumerables recursos
estéticos.
Esa
capacidad de la obra es potencial porque depende en gran parte de quien la
contempla, que la recibirá a su medida y según su propio molde, tanto es así
que puede darse el caso, para nada raro, de que vea en la obra aspectos que el
propio autor no había observado.
Entonces el
entrenamiento en la capacidad de ver, de percibir, de entender, de discernir, hará
que pueda aprovecharse lo que puede haber de bueno en las obras artísticas.
Siendo el gusto algo especialmente subjetivo está claro cada uno tendrá sus
preferencias, no obstante, la formación artística, como parte de una formación
integral, sin ejercer arbitrariedades puede dar elementos para darse cuenta de que
hay obras que valen la pena y otras que no. No solo porque hay expresiones
artísticas que ennoblecen y otras que envilecen, sino también por la
sobreabundancia de material disponible literalmente para todo el mundo.