viernes, 9 de diciembre de 2016

Un asunto conflictivo


Una misma persona podría decir que hay canciones “preconciliares” que le resultan horriblemente pesadas y aplastantes; y también que hay canciones “posconciliares” que le resultan horriblemente tontas. En ambos casos la música, en vez de ayudar, perjudica la oración. Aunque hay que recordar que las dificultades en la oración provienen más de la propia alma que de los que están cantando, que hacen lo que pueden, lo que sea que estuviesen cantando.
Desde hace ya varios años hay un asunto difícil de ser tratado en los ambientes de la Iglesia, y no es, como podría pensarse, algún delicado problema moral, porque con las personas adecuadas eso siempre encuentra cabida, uno muy probablemente encontrará personas piadosas que lo entiendan, recen por uno y no lo juzguen mal.
El tema es uno que su sola mención hace que el interlocutor, por manso y piadoso que pueda parecer, cambie inmediatamente de semblante, porque en ese momento estará poseído por una fuerza que lo empujará a ubicar al desdichado que osó hablar del asunto –después de haberlo identificado en forma inapelable– en el calabozo oscuro y horrendo reservado para los que han sido sentenciados como intolerantes y cerrados.
Tiene que ver con lo que ha dicho el Papa Juan Pablo II en Ecclesia de Eucaristía. Tiene que ver, aunque cueste creer, con que uno puede comer un asado con los amigos y pasar un rato realmente agradable y también con que se podría probar que no es ningún impedimento para esa alegría el hecho de que hayan asistido en short y ojotas. Y tiene que ver también con que si uno de esos mismos comensales asistiría a su propio casamiento con la misma indumentaria sería abandonado por su novia en el mismo momento en que la ilusionada muchacha vestida de blanco, habiéndolo imaginado con la nobleza de un príncipe, lo viera desde la entrada de la iglesia, vestido de esa manera, sonriente y con los lentes de sol puestos como vincha, cerca del altar.
Debo decir que no acudiré a lo que concretamente enseña la Iglesia sobre el tema porque se supone que se sabe, aunque, a decir verdad, da realmente la impresión de que no se sabe. Trataré de decir algunas cosas que, me parece, no se suelen decir, o increíblemente no se ven.
Y el tema del que no se puede hablar es si la música que escuchamos todos los domingos en la iglesia es la música apropiada para ese uso.
Mucho más superficial podría ser preguntarnos si esa música es la música que nos gusta a todos, o si nos representa a todos, o si es la que queremos escuchar.
Hace ya varias décadas que se hicieron reformas significativas en la liturgia, y los jóvenes de aquellos años pudieron, de hecho, incluir o imitar las melodías de sus ídolos –Bob Dylan, (Paul) Simon & (Art) Garfunkel, y muchos otros– y/o tomar fragmentos de ellas y ponerles letras piadosas o incluso bíblicas.
Esa razón circunstancial de que justo en esos años estaban de moda ese tipo de canciones ha hecho que, al parecer, estemos obligados a escucharlas todos los domingos hasta el fin de los tiempos.
Se trata, en algunos casos, de melodías bellísimas, que uno podría disfrutar escuchándola en la radio mientras pasea por el parque, o en un recital, pero más de un  verdadero seguidor de la música pop ha de haber quedado no menos que perplejo cuando alguna vez al entrar a una iglesia se encontró con que una de sus amadas canciones había sido adoptada por la Iglesia Católica, ya que los chicos–que–tocan–la–guitarra estaban tocando esa canción pero simplificada, dulcificada, con mucho menos encanto que la original y, además, haciéndola parecer odiosamente ingenua.
No es descabellado pensar que a algún chico–que–toca–la–guitarra se le pueda ocurrir  hacer una canción en contra del aborto, y por ejemplo, tomar Another Brick in the Wall y escribir “No queremos que nos maten Les pedimos por favor” sobre la parte que dice “We don't need no education We don't need no thought control, y al  poderoso “Hey! Teacher! Leave the kids alone!” sustituirlo por “¡Hey! ¡Malos! ¡Déjennos vivir!”, indudablemente el último verso del estribillo “All in all it´s just another brik in the wall” pasará a ser “Y entre todos haremos un mundo mejor”, finalmente, la guitarra de David Gilmour sufrirá también la traducción al clásico parroquial “Dngue SHKKn Dngue SHKKn Dngue…”. No faltarán personas a las que les parecerá una canción muy linda, pero a un verdadero seguidor de Pink Floyd la sola audición de tan piadosa versión le puede provocar un malestar que, según estimo, comenzará en sus entrañas y terminará en un estallido de furia. Esta situación hará necesaria la presencia de varios muchachones suficientemente decididos y robustos como para evitar que la ira del seguidor de Pink Floyd corone la cabeza del osado intérprete con su propia guitarra.
De todas maneras no hay mayor peligro de que eso suceda, oportunamente algún dirigente le dirá al joven y audaz artista que no debe escribir canciones “en contra de”, sino que debe hablar en positivo, a lo cual el muchacho pasará a interpretar con docilidad “No hay espinas sin rosa”, alardeando en su interior de estar en contra del Mundo, que en su maldad había acuñado la odiosa frase “No hay rosas sin espinas”.
Y todo el mundo contento.
O acaso deba decirse “y el Mundo contento”, porque la denostada frase parece, en realidad, estar en consonancia con la verdad, en consonancia con la doctrina de Jesucristo, de hecho, no hay resurrección sin pasar por la cruz, y también en el orden temporal: para el logro de un bien uno debe hacer esfuerzos, sacrificios… vamos, la “frase del mundo” “No hay rosas sin espinas” tal vez nos recuerda que somos “los desterrados hijos de Eva”, que clamamos “desde este valle de lágrimas” como dice la no casualmente casi olvidada Salve. El chico–que–toca–la–guitarra con alegría nos anuncia, que si miramos a través del prisma del amor, la frase pronto se transformará en “No hay espinas sin rosas”, lo cual, no olvidando el condicional (porque de lo contrario es una verdadera estupidez), es cierto: el sufrimiento puede ser un atajo hacia la santidad. Pero dicho de esa manera… y dicho con esa música…
Sabemos cómo queda la verdad dicha por un fanático: arruinada, irreconocible… Ahora, ¿cómo queda la verdad dicha en forma tan sosa? No nos confundamos, no es la simpleza del hombre sencillo, es el facilismo del cómodo; no es la alegría serena y profunda y acaso inundada de la presencia divina que un hombre en su sencillez puede encontrar en una noche estrellada, en una puesta de sol, o en la mirada de un hijo, se trata de la alegría superficial y ruidosa del Club del Clan.
Quiero pedir disculpas, hay mucha gente que ha crecido con canciones como “No hay espinas sin rosas” y que les tiene aprecio, y espero de todo corazón que a quienes pueda no hacerles bien leer esto, que seguramente han de ser personas sencillas y a quienes les tengo un gran afecto, hayan huido en los primeros párrafos de este artículo.
Pero a todos los demás los invito a reflexionar un poco sobre este asunto, que no es, por supuesto, el más importante, pero desde algún punto de vista, es un asunto en el cual la Iglesia está dando hoy un espectáculo penoso.
La Iglesia ha estado a la vanguardia en el arte musical, ha hecho historia en él, no hay músico occidental que no le deba algo a la Iglesia, las escalas, los nombres de las notas, la notación musical… hace unos siglos había músicos populares que tomaban una melodía usada en la liturgia y la modificaban rítmicamente para hacer una música apta para la danza, no se trataba necesariamente de una profanación, sino que la música sacra era tomada como modelo, es decir estaban aprendiendo de ella… Hasta ese momento el arte sacro era anónimo, ni qué hablar de la posterior música religiosa de autores como Palestrina, Bach, Haendel, etc. Por eso, ver hoy a la milenaria Iglesia Católica tomar de prestado unas cancioncitas menores al arte profano, y encima arruinarlas, es lamentable.
Muchísimo se ha hablado y se podría hablar sobre la Iglesia y sus riquezas, pero acaso las mayores riquezas de la Iglesia, humanamente hablando, sean las invaluables riquezas artísticas, es decir: el arte es una cosa seria y la Iglesia lo tomaba tan en serio que gastaba dinero en él.
Nadie crea que estoy insinuando que la Iglesia deba encargar hoy la composición de misas y oratorios a noveles egresados de los institutos universitarios de arte, probablemente atrasadas vanguardias nos atormentarán con Glorias dodecafónicos, con Credos minimalistas o con cantatas electrónicas… ante semejante desgracia temo que yo mismo podría ir a pedirles a los chicos de la guitarra que por favor regresen.
No se trata de que la Iglesia en otros tiempos le haya encargado obras a artistas profesionales, a artistas de cartel, sino de que, a juzgar por los resultados, la Iglesia ha tenido el ojo de pedir obras a aquellos artistas que a su vez podían ver, o mejor, podían plasmar, podían mostrar en sus obras una indagación profunda del alma humana, una meditación seria de las Escrituras, una realidad teológica…
Otro de los grandes éxitos de los cancioneros parroquiales es uno que pone en boca de Cristo las palabras “Yo no quiero esos dones de los reyes del portal, sólo quiero que se amen entre ustedes mucho más”, ¿cómo llega a la liturgia una frase como esa? ¡Cristo rechazando los dones de los magos! ¡Los queridos magos del oriente que nos representan a todos los gentiles! ¡Los dones que reconocen a Cristo como Rey (oro), como Dios (incienso) y como hombre (mirra)!
En una ocasión estuve presente en un concurso de canciones católicas y una joven y muy educada profesora, parte del jurado, hizo un breve balance de las canciones escuchadas: les pidió que se atrevieran un poquito más con los arreglos, es decir, que cuando eran muchos los que cantaban que pudieran hacer más de una voz; que fueran un poquito más cuidadosos con las letras, porque luego esas canciones bajaban a las parroquias, a las misas; que no tuvieran miedo de estudiar música, que eso les ampliaría el horizonte, las posibilidades…
Digámoslo abiertamente: las canciones no estaban bien, el contenido de las letras no estaba bien, los arreglos no estaban bien…
Pero esa extrema delicadeza que se tiene para decirle la crítica a la gente que canta las canciones, no se tiene en absoluto con la gente que las escucha y que deberá arreglárselas para rezar con ellas.
Será que se tiene por tan frágil la sensibilidad de estos chicos que nadie se atreve a decir siquiera “¿Flaco, podés bajar un poquito la guitarra, que nos estás matando?” Abundan los que se olvidan que la amplificación es un invento genial para que una persona que está hablando a veinte metros pueda yo escucharla como si estaría conversando frente a mí, pero de genial pasa a ser locura si permite que el sonido ejerza una especie de omnipresencia aplastante como sucede en los locales bailables y en la exposición de las reliquias de Don Bosco.
No faltará el exegeta moderno que nos revele que la Iglesia hoy ha hecho carne el versículo 1 Cor. 1, 27 “Dios eligió lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios….” que habla de los han sido llamados, pero él lo aplicará a los medios que la Iglesia elige, entonces, –dirá él–, a la Iglesia, en su humildad, no le importa confundir a los sabios de sabiduría humana, Ella está imitando al Maestro.
El teólogo moderno nos explicará con benevolencia que estas cancioncitas menesterosas usadas actualmente en la liturgia están más cerca de la gente y por eso son preferibles a cualquier otra cosa.
Dios nos libre de hacerle decir a la Escritura lo que nosotros queremos que diga, pero si “Dios eligió lo que el mundo tiene por necio” debe servir para movernos a humildad, saber que si Dios nos elige no es por nuestros méritos… “…que ningún mortal se gloríe en la presencia de Dios.” (1Cor. 1, 29) “…como dice la Escritura: “El que se gloríe, gloríese en el Señor.”” (1Cor. 1, 31)
Si caemos en la cuenta de que Dios no nos elige por nuestros méritos, debemos considerar también que nos pide a nosotros lo mejor “Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial.”(Mt. 5, 48), “examinadlo todo y quedaos con lo bueno” (1 Tesalonicences 5, 21).
Bien –dice con un poco menos de paciencia el teólogo, que según se ve, me estaba escuchando–, justamente, porque luego de haber examinado, hoy sabemos que lo bueno es el diálogo intercultural, eso, lejos de empobrecer la fe la enriquece, la fe no es de una sola cultura…
Y siguió: –La fe puede estar latente en culturas donde el cristianismo no haya llegado…
–¡Por supuesto! –interrumpí entusiasmado– por eso Santo Tomás rescató a Aristóteles, que obviamente no era cristiano, ni era tampoco del pueblo elegido…
La mención del robusto santo se ve que no le cayó bien, si yo hubiera nombrado a alguien de la mafia seguramente no hubiera recibido una mirada tan cargada de sospechas.
–Mirá –me dijo, a manera de conclusión–, la fe cristiana si quiere inculturarse verdaderamente en otra cultura debe desprenderse del monoculturalismo occidental, debe imitar la Pascua de Jesucristo, debe morir (como el grano de trigo) a la idea de interpretar monoculturalmente el Evangelio y resucitar pluriformemente en todas las culturas.
Hay conclusiones teológico-pastorales que suenan prometedoras, pero que suelen arrojar resultados muy extraños, por ejemplo un misionero puede, llegado el caso, con total libertad mostrar cómo enviar un mail o explicar las bondades de Internet a un jovencito en Brasil, pero debe abstenerse de enseñarle una melodía gregoriana porque sería una imposición cultural. ¿Cuál es el truco? Alguien debe de estar riéndose de nosotros.
¿Acaso al mismo jovencito sudamericano que se lo alienta para que estudie y que llegue incluso a graduarse en la universidad se lo prejuzga declarándolo incapaz de contemplar la belleza de la polifonía de Palestrina?
No deja de ser una razón equivocada. Si en algunos lugares las culturas autóctonas hoy se van perdiendo no es por culpa, ni siquiera en la más mínima parte, de la liturgia católica sino por la abrumadora presencia de la televisión y la radio.
Pero está claro que la proposición consiste no simplemente en conservar la cultura sino en que la gente alabe a Dios en su propia cultura, lo cual es ciertamente un bien, pero conviene recordar que no es solo en la liturgia donde se alaba a Dios: “…ya comáis, ya bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios” (1 Cor. 10, 31). Esto significa que un santiagueño puede bailar una chacarera y un salteño (luego) cantar una zamba, con el complemento apropiado de empanadas y vino, y dar gloria a Dios en todo esto, siempre y cuando no se los obligue a realizar esta actividad dentro de una capilla.
¿Cuál es la razón de arruinar una chacarera metiéndola en la liturgia?, ¿y cuál es la razón de arruinar la liturgia metiéndole una chacarera? Qué gente rara estos teólogos modernos, se parecen a aquellos que decretan reformas educativas sin haber dado nunca clase. No me parecería extraño que más de uno que jamás disfrutó en serio de una velada folklórica se le dé por recomendar, con palabras refinadas y devotas, que estos ritmos autóctonos deben estar presentes en la liturgia.
No es que este teólogo sienta una especial simpatía por el folklore, él también aplaude –literalmente– con el rock y con el pop, aunque jamás haya formado parte del puño del rock levantado contra todo lo establecido, y aunque su alma jamás haya sentido las caricias con las que el pop nos dice al oído “está todo bien”. De la misma manera festeja muchas otras novedades que exceden lo estrictamente musical.
No ignoro que la Iglesia tiene una flexibilidad en este aspecto en vistas a la edificación de los fieles, pero, justamente, en atención a dicha edificación es que da pautas y recomendaciones delicadísimas, maternales, que, lamentablemente, no son tenidas en cuenta. Porque no se trata de adorar las cenizas, sino de transmitir el fuego, como decía Chesterton sobre la tradición. Los músicos tienen una noble misión y pueden incluso acrecentar el tesoro de la música sacra, aunque, claro está, deben tener conocimiento de ese tesoro. Ahora, quien tenga un gran entusiasmo por la música y por la Fe, pero que no tenga, a la vez, interés en adentrarse en el estudio de la música sacra, tiene que saber que hay un enorme campo de trabajo en la música profana, donde uno puede, por ejemplo, escribir una simple canción de amor pero que se trate de amor verdadero... y no de lo que se suele escuchar frecuentemente. Cualquiera de estos caminos exige una actitud de crecimiento tanto en la Fe y en la oración como en el estudio y práctica de la música, y también en la búsqueda atenta de hermanos en la Fe que tengan los mismos intereses. 
Dejo constancia de que cuando digo “teólogo moderno” no me refiero al docto hombre de la Iglesia que, además de estudiar teología, se desenvuelve con soltura con su  teléfono celular y con la computadora, sino a aquél que está más entusiasmado por innovar que por descubrir. El teólogo, como el navegante, es conocedor del paisaje estelar y puede estimar el rumbo y la posición del barco prestando atención a los astros, no debe ser una persona de miradas estrechas porque en alta mar con un cielo tormentoso y un mar embravecido, debe tener la fe necesaria para confiar serenamente en la Providencia mientras está atento a los signos que muestren puntos de referencia. Pero ésta es una tarea más propia de un sabio que de un alegre innovador. El sabio es humilde porque sabe que la Realidad lo supera por todos lados y no tirará el sextante al mar si en un momento la niebla no lo deja ver el horizonte o las estrellas. El innovador no se interesa por las estrellas porque se ha comprado un GPS en oferta, o bien mirará las estrellas de una forma no convencional, dándole un toque personal al asunto, mientras explica con suficiencia que la barca de Pedro no ha de hundirse: “las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt. 16,18). Sí, estamos todos tranquilos, no ha de hundirse, pero eso no quita que malos teólogos le hagan entrar mucha agua, y aún que mucha gente caiga al mar, Dios proteja a los náufragos, Dios nos proteja a todos.
Es perfectamente claro que si uno llega a una comunidad primitiva cuya música se basa sobre todo en percusión no puede pretender que al otro día estén cantando un coral de J. S. Bach. Es perfectamente claro que el que va a esos lugares debe tener los ojos abiertos para aprender de todo lo bueno que encuentre allí, y puede llegar a pasar momentos memorables tomando como un reto personal el descubrir los complejos acentos que seguramente habrá en esa música percusiva.
Todo eso está claro. Pero existe lo que podríamos llamar diferencia de materiales, hay materiales que son buenos para un uso y poco conveniente para otros, y uno no puede exigir más allá de lo que el material puede dar. Un idioma rudimentario puede servir para la comunicación elemental pero no podrá expresar las ideas complejas o las bellas sutilezas que permite un idioma que se ha ido formando y enriqueciendo  durante siglos.
El canto gregoriano no es un producto de la Comunidad Económica Europea, ni es un patrimonio de un país determinado que avasalla a otros, es un hallazgo milenario que proviene de la interacción natural de diferentes culturas: tiene que ver con lo que se venía cantando desde antaño en las comunidades hebreas, hay en él huellas del canto antiguo de los griegos, y, obviamente, elementos de los tiempos cristianos… Se trata de un hallazgo, es una “música de un carácter grandioso y majestuoso a la vez que simple y popular”. Simpleza y grandeza, esto confunde a los sabios, no es un invento de un gran compositor, es más, los grandes autores con sus grandes y complejas –y maravillosas– obras no logran expresar la magnificencia y la elevación espiritual que tiene el sencillo pero sutil canto gregoriano.
No transmitir esto significa un doble desprecio, un desprecio a la inmensa riqueza heredada y un desprecio a quien no se lo transmite.
Una música pop puede ser muy bella y puede hacernos sentir bien. Esa música, no la letra, la música, podría traducirse, en un “¡Hola, qué alegría verte!” o en un tono más íntimo “Hola, qué linda estás”, hablo del “espíritu” que la música transmite. Pero si tengo este texto “Cuando miro en tus ojos puedo ver un atisbo del Cielo, qué fácil es para mí considerarte divina, y creerte una divinidad sería convertir nuestro amor en un demonio, sin embargo, sabiendo que eres lo que eres, una compañera de destierro, agradecido estoy al Señor, por haberte hallado, juntos caminaremos a nuestra tierra soñada, nuestro hogar eterno, más allá de todos los mares, más allá de todos los montes nevados…”. Se trata de un texto que no describe un flechazo, no habla de una chica linda que veo todos los días en el colectivo… habla de un amor verdadero, de un amor que está lleno de admiración y de temor, porque sabe que está en contacto con el misterio y con la eternidad. Bien, éste espíritu que he tratado de describir es algo que el pop no puede transmitir, no se trata de que no se pueda meter esa letra en una música pop, se puede hacer cualquier cosa, lo que hay que entender es que la música no lo puede decir.
…hablamos de una sabiduría de Dios, misteriosa, escondida…” (1 Cor 2, 7)
El pop, el folklore nos hacen sentir bien, nos hacen sentir entre amigos pero no nos puede transmitir que estamos frente a un Misterio, que estamos frente a Dios, inmenso, omnipotente y a la vez Padre nuestro...
Alguno dirá, “bueno, es exactamente lo que estamos tratando de mostrar: no hay ningún misterio”, de ahí a decir, “por eso le palmeamos la espalda a Dios, porque, después de todo, “Dios” es una idea que nos ayuda a sentirnos bien” no hay una gran distancia.
Sin llegar a esos extremos, lo que muchos quieren es acercar a Dios a la gente, aunque no estaría mal acercar a la gente a Dios.
Cierto es que creemos porque hay razones para creer, pero Dios excede a la razón, por eso es cierto también que Dios es misterio: “…anunciamos “lo que ni el ojo vio ni el oído oyó”…” (1 Cor 2, 9). Si no hay misterio Dios no es Dios.
Y si hay misterio nos estamos equivocando de música.
“Atraer a la gente” o “llegar a la gente” es el objetivo que mueve a muchos, entonces “presentar el mensaje de forma atractiva” es algo que en forma inevitable viene a sus mentes. Y todo esto coincide fatalmente (en sus ambos significados, de inevitable y de desgracia) con el lenguaje publicitario.
En consecuencia se ha tomado la música a usar en la liturgia como un jingle, y  lo patético del asunto es, además, que nos hemos equivocado de jingle.
En efecto, las propagandas de la UEFA Champions League tienen más sentido épico que el sentimiento que inspiran las canciones que escuchamos en la iglesia, estas canciones en realidad más se parecen a algunas propagandas de chocolate de principios de los ochenta.
En la música que se elige para usar en la iglesia se pone énfasis en llegar  constantemente al corazón, al sentimiento. Y tienen razón, estamos hablando de música, la música tiene que ver con eso, no con un razonamiento lógico, matemático.
El asunto a pensar es qué sentimiento se espera despertar. La música que se escucha actualmente en las misas inspira afabilidad, cordialidad, dulzura, benevolencia, solaz, amenidad… Todo esto es muy lindo, pero es insuficiente.
En los años ochenta muchas publicidades apelaban a esos buenos sentimientos “Soy el mañana del mundo” de Coca Cola 1986, es un paradigma: “Coca Cola es así, hay que vivir con amor, dennos un mañana y construiremos un mundo mejor” cantaba un gran y multirracial coro de niños y jóvenes esperanzados. Es fantástico, hay que ser muy miserable para estar en contra de eso. (“Si a un acuerdo llegamos habrá paz y habrá unión” decía también la canción de Coca Cola… habría que ver si no dejamos la Verdad de lado en ese acuerdo) Hasta en el rock y en el pop de aquellos años había, por momentos, una especie de optimismo “nuestra generación lo hará mejor”.
Acaso porque la moda de las décadas siguientes no se ajustaba a esos sentimientos, los encargados de las canciones para la liturgia se mostraron conservadores en ese aspecto y mantuvieron, en general, el estilo de aquellos años. Entonces la música que se usa actualmente en la Iglesia sigue transmitiendo esa paz y esa esperanza, la misma paz y la misma esperanza de la propaganda de Coca Cola  (recuérdese que estoy hablando de la música, la letra puede ser incluso el Kyrie o el Santo, estoy hablado de lo que la música transmite).
Son sentimientos lindos, son sentimientos humanos, pero no son sentimientos religiosos. Son sentimientos que deben formar parte de nuestra vida si queremos ser buenos cristianos ya que esos valores humanos están en la base de una pirámide cuya cúspide son los valores religiosos, y sin la base la pirámide se desmorona, se cae en el fanatismo de creer que los valores religiosos pueden existir descarnadamente. Esos valores humanos deben formar parte de nuestra vida como pueden ser parte de ella el comer un asado y tomar unas cervezas con amigos, pero cuando estamos en la misa tal vez nos convenga, a los que caminamos por el mundo, que se nos recuerde que la realidad no termina en lo que vemos sino que es parte de la Realidad con mayúsculas.
Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como las serpientes, y sencillos como las palomas. Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los tribunales y os azotarán en sus sinagogas; y por mi causa seréis llevados ante gobernadores y reyes, para que deis testimonio ante ellos y ante los gentiles.” (Mt. 10, 16–18)
La actual música de las misas no nos da jamás ningún indicio de la menor consciencia de que estamos en medio de lobos. Suele hacerse referencia a la frescura de la fe en los primeros cristianos, sin señalar que en su frescura sabían que por su fe podían perder la vida. Es parte del misterio el que podamos estar alegres y serenos aún estando en peligro, si no es misterio es locura. Esta música no nos muestra ni misterio ni que estamos en un mundo hostil, solo nos muestra alegría y afectividad, es como si se pretendiese seguir equivocadamente a Ortega en esto, como si el mundo entero se hubiera convertido en completa bondad porque yo he abrazado la fe o he encontrado el amor, no hablo del ensayista español, “la gente en las calles parece más buena” sólo parece dijo lúcidamente el tucumano.
Revestíos de las armas de Dios para poder resistir a las acechanzas del Diablo. Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal que están en las alturas. Por eso, tomad las armas de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y después de haber vencido todo, manteneros firmes. ¡En pie!, pues; ceñida vuestra cintura con la Verdad y revestidos de la Justicia como coraza, calzados los pies con el Celo por el Evangelio de la paz, embrazando siempre el escudo de la Fe, para que podáis apagar con él todos los encendidos dardos del Maligno. Tomad, también, el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios; siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos…” (Ef. 6, 11–18)
Ninguna referencia a la condición militante del cristiano hay en la música que usamos, y si lo hay ocasionalmente en la letra de alguna canción, que puede ser sacada de la Escritura, la música lo diluye totalmente. La música es capaz de destruir la letra, si un muchacho ha ofendido a su novia y luego le pide perdón cantando y bailando una tarantela, el pedido de perdón será tomado –con toda justicia– por una broma de mal gusto. Que la guerra en que estamos sea espiritual no significa que no sea real, sino más bien todo lo contrario. Tan real es que muchas veces nos sentimos solos en nuestros duros combates interiores como solos se sentían los guerreros en los combates cuerpo a cuerpo contra el enemigo, aunque a su lado hubiera cientos de hombres también luchando. No en vano usa la Escritura la imagen del combate.
Muchos jóvenes cristianos parecen príncipes y princesas, son señores de sus sentimientos, señores de sus pasiones, aún con humildad saben que están por sobre la moral corriente, conscientes de su nobleza son exigentes con ellos mismos e indulgentes con los demás, esto mismo puede decirse de mucha gente mayor, saben que, unidos a Cristo, son parte de "una estirpe elegida, [de] un sacerdocio real, [de] una nación santa, [de] un pueblo adquirido para pregonar el poder de Aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable" (Cf. 1Pe 2,9)
Pero no hay rasgos épicos en la música de las misas actuales, ni sentimientos de nobleza… La música que se usa nos sugiere no una inocencia infantil sino una pretendida ingenuidad teenager, que tampoco es digna de un muchacho o una chica de dieciséis años, ellos pueden darse cuenta perfectamente que un traje o un vestido son para una fiesta y un jogging es para ir a pasear al parque, ellos pueden darse cuenta perfectamente que una cosa es cantar alrededor de un fuego crepitante tomando mate y otra es cantar en la misa, no es tan difícil…
Lucía sintió un estremecimiento de profunda alegría. Algo que sólo se siente si uno es solemne y guarda silencio (Las crónicas de Narnia: El león, la bruja y el ropero, Capítulo 10)
…también los niños pueden darse cuenta perfectamente de que hay en la vida momentos solemnes, mirar el pesebre es para ellos un momento solemne, siempre que no venga un grande batiendo palmas disipando la magia.
Sé que a algunos le puede resultar molesta la palabra “magia”, pero la uso aquí como figura de una momentánea suspensión de la realidad cotidiana, como si uno se hallara por un instante en un cuento de hadas, expresión que también les resultará molesta, bueno, que se embromen. Lo que trato de decir es que cuando uno tiene un vislumbre de esa naturaleza alcanza a entrever que la realidad es mucho más maravillosa de lo que podía sospechar cotidianamente.
No es casualidad el hecho de que nos hayamos adentrado en todos estos asuntos cuando intentábamos abordar el tema aparentemente menor de qué canciones conviene o no cantar en la misa. El tema excede enormemente a una simple cuestión de gustos.
Algunos entienden que es una cuestión pedagógica. Está claro que hay que comunicar con un lenguaje que el otro entienda y que hay que adaptarse a quien se le enseña. Pero no hay que olvidarse en el camino a aquello que se pretende enseñar.
Estados Unidos de América, año 1957, podríamos imaginar una Sociedad Protectora de los Valses de Viena tratando de difundir los valses entre los jóvenes: les hace oír una grabación, la respuesta es la correspondiente cara de aburrimiento, la SPVV hace entonces una modificación y muestra una grabación en la que los violines han sido sustituidos por guitarras eléctricas y las cuerdas graves por un bajo, como respuesta obtiene algún interés pero aún les suena un poco raro, la SPVV entonces les hace escuchar algo que, además, tiene batería, y el tiempo en vez de ser de tres es de cuatro cuartos… el resultado fue glorioso, a los jóvenes se les encendieron los ojos, empezaron a golpear el piso con el pié y una sonrisa les iluminaba el rostro, finalmente saltaron de sus sillas y bailaron durante toda la canción con una alegría desbordante, “¡Nos encantan los valses vieneses!” exclamaron. “Bien, pero esto ya no es un vals –les informaron–, lo que acabamos de escuchar se llama “Jailhouse rock”, el que canta es Elvis Presley”.
La situación es ya lo suficientemente patética como para que no queden ganas de agregar que algunos miembros de la Sociedad Protectora de los Valses de Viena se desviven explicando que “El rock de la cárcel” es también un vals.
Hay que decir que en el tema que venimos tratando no se advierte en general una intención pedagógica que implique, como tal, un ascenso de lo popular a lo más elevado.
Digo esto con muchísimo temor, pero no parece que Dios prefiera simplemente “estar con la gente” o “estar con los pobres” a la manera de un político en campaña, más bien parece que Dios se complace en elevarlos: “Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes” (Lc. 1, 52).
Hay, en este asunto y en otras cuestiones pastorales, quienes toman partido por unas formas y quienes toman por otras, y a veces muy tenazmente. No faltan aquellos que buscan conformar a todos haciendo un poco de cada cosa, logrando, por supuesto, no dejar a nadie completamente conforme.
Tal vez sea momento de tener muchísima caridad entre todos (siempre es momento de esto, claro está), tanto unos como otros han confiado en aquellos de quienes han recibido la fe o enseñanzas sobre ella, han confiado en sus maestros, han confiado en sus pastores. Dios tenga misericordia de los malos maestros y malos pastores, ¡menos mal que Dios es justo! porque maestros y pastores han confiado, a su vez, en sus maestros y pastores… solo Dios conoce las motivaciones más secretas y los misterios profundos del alma humana.
–Estás dando muchas vueltas –me dijo abruptamente mi amigo que trabaja en el periódico “La Tradición”, estábamos en un café del centro, habíamos quedado en encontrarnos porque quería pedirle su opinión sobre mi artículo, él lo había empezado a leer en forma muy concentrada pero luego de los párrafos iniciales pasó a la mitad del escrito y finalmente lo abandonó– A ver, concretamente: ¿qué dice la Iglesia sobre la música litúrgica?
–Bueno, en pocas palabras, –respondí– que la principal es el canto gregoriano, luego creo que el canto polifónico sacro y después el canto popular religioso, del cual, siendo una composición religiosa, pienso que puede aplicarse aquello de que será tanto más apto para la liturgia cuanto más se parezca al canto gregoriano y tanto menos cuanto más se aleje de él.
–Entonces decí eso, documentalo con encíclicas, alocuciones papales y todo eso,  y sanseacabó.
–Sí, pero no sanseacaba nada –dije yo, levemente fastidiado– porque uno puede poner un argumento de autoridad y el otro viene con que en la práctica los curas y hasta los obispos lo autorizan, entonces hay que decirles que no son infalibles y por lo tanto pueden equivocarse, ahí el otro te acusa de desobediente y uno le pregunta “¿desobediente yo, que trato de hacer lo que dice la Iglesia?”… Todo eso es muy antipático y no se llega a nada. A mí me parece que no está mal charlarlo un poco, discutirlo serenamente, amablemente… ¿me entendés?… 
…algo así decía el Cardenal Newman, –continué – digo, preferir la discusión serena a una imposición, claro que debe haber buena disposición de ambas partes… Además no es cuestión de agarrar canciones viejas y ya está, porque, fijate vos, hay canciones de esas que suenan pesadísimas, y si suenan pesadas tampoco se parecen en nada al gregoriano… acaso eso, pero sobre todo tal vez el haber hecho demasiado hincapié en el temor ha provocado esto que se ha ido al otro extremo…
…lo que quiero decir –seguí, monologando un poco desordenadamente – es que si es lamentable no atreverse a tratar a Jesús como amigo, es también lamentable que haya gente que se crea en el caso de hablar de Él como “el flaco”; lo de ellos es una reacción contra lo anterior, luego otros reaccionan contra lo de ellos, y así… sería bueno en vez de simplemente reaccionar, que tal vez más tiene que ver con lo instintivo, hacer lo que hay que hacer, siguiendo la sabia doctrina y el buen sentido común…
…Se podría decir que hay como dos “bandos” –como el otro no hablaba, y como más de una vez habíamos charlado estas cosas y sabía que no le resultaban extrañas, me desahogué diciendo todo lo que me venía a la mente sobre este tema– pero ¡ojo!, hay gente muy buena en ambos, son gente que quiere que todos se acerquen a Dios y entonces rezan por todo el mundo, hacen el bien que pueden en el ámbito que están, muestran la Misericordia de Dios, eso no es fácil y es una gran obra, hay gente, en ambos bandos, que espera nada menos que la Segunda Venida de Cristo, y que acaso se sienta más hermanada por eso aunque unos anden con una guitarra al hombro y otros con un manual de cantos gregorianos bajo el brazo.
Después tenés otros, también en ambos bandos, gente que espera cubrirse de gloria conquistando el mundo, pero mientras unos pretenden, si a mano viniera, conquistarlo a las piñas, otros intentan conquistar el mundo… ¡pareciéndose a él!… y entonces, claro, difieren tanto en el método… ¡qué “mirad cómo se aman”! ¡no se pueden ni ver!
Y además hay otra gente, en ambos bandos también, Dios me libre de juzgarlos, pero que son tan difíciles de entender… ¿Te das cuenta? Hay mucho para decir, no es tan sencillo el asunto… por eso te pedí que leyeras esto… ¿me entendés?
–… sí, sí, es como yo te digo, no hay que dar tantas vueltas –me dijo automáticamente mientras estaba concentrado en su celular contestando mensajes.
Y sin levantar la cabeza, viendo por arriba de sus lentes –y no a través de ellos– observó que se acercaba alguien– Che, decime: ¿ese viene para acá?
–¿Quién?... Ah, sí, es la otra persona a la que quería pedirle opinión sobre este tema, es socio del club “El Progreso”…
–Sí, lo conozco. Mirá, yo me voy. Haceme el favor, pagá vos el café, arreglamos otro día ¿ok?
–Eh… sí, no te preocupés.
–¡¡Hoola viejita!! ¿Todo bien? –venía saludando el otro desde lejos.
–(“viejita” tu abuela, pensé) ¡Hola! Sí, digamos que todo bien. ¿Vos?
–Todo bien, todo bien. Esperá que pido algo. ¡Mozo! ¿Una lima limón puede ser? Decime, no es por nada, pero ¿es amigo tuyo ese que estaba con vos?
–Ah, ¿ese muchacho? Sí, digamos que sí, nos conocemos de hace años. ¿Por?
–Con vos todo bien, ¿viste? pero ese tipo es un amargo, menos mal que se fue, la verdad: no me lo banco.
–Mirá, ya te digo, lo conozco, no es mal tipo, en realidad es un buen tipo, es honesto en su trabajo, ¿qué más puedo decirte? Más de una vez lo vas a cruzar en la parroquia…
–Sí, pero es como que fuéramos de religiones diferentes, él es muy político, habla siempre de los gobiernos y que Cristo debe reinar en la sociedad y todo eso. Qué se yo, a mí eso no me cierra, para mí la religión es otra cosa, cada uno tiene su verdad ¿no?, pero para mí la religión es como una primavera de bolsillo, ya sé suena loco lo que digo, pero aunque el mundo esté lleno de problemas la religión te hace sentir bien, o sea, yo me siento bien.
–Una especie de “Hepatalgina” la religión… Ahí viene el mozo con tu gaseosa. Para mí otro café por favor… Mirá, te pedí que nos encontráramos porque quería pedirte opinión sobre algo que he escrito.
–¡Ah, qué bien! Dale.
–Es un tema medio conflictivo, pero por ahí charlando se puede sacar algo en limpio…
–¡Uy! ¿Vos escribiste todo eso? ¡Qué loco!
–Sí, más o menos, en realidad uno repite muchas cosas que ha leído o escuchado y las va uniendo.
–¡Buenísimo! Está bueno expresar lo que uno siente. A mí me encantaría leerlo ahora ¿pero sabés cuál es el problema? los jóvenes tenemos reunión en la parroquia ahora en un ratito.
–¡¿Vos sos “los jóvenes”?! Mirá que ya estamos medio grandes.
–Ni hablar, estamos a full porque ya empezamos a organizar el Parrock
–¿El “parrot”? Debe ser un lorerío ¿De qué se trata?
–Es un festival interparroquial de rock, en realidad el Parrock será a fin de año, nosotros por ahora estamos armando el Pre-Parrock, que se hace en nuestra parroquia, solamente con bandas de nuestros grupos parroquiales porque hay muchos chicos que tienen bandas, y los ganadores van al Parrock a fin de año representando a la parroquia.
–Ah, mirá vos, debe de ser emocionante… ¿Y dónde lo hacen?
–En el patio, viste que el patio abarca media manzana…
–Claro, qué bueno.
–El único problema es si llueve, pero el Padre ya nos dijo que en ese caso lo podíamos hacer en el templo.
–…
–Ay, allá están los chicos. ¡Chicos, aquí estoy! ¡Ya voy!
–Pará loco, gritá más despacio.
–Che, me voy ¿podés pagar vos la gaseosa? Tomé un traguito nomás ¡qué loco! para qué la pedí, como verás ando a mil. Bueno, después arreglamos ¿Sí?
–Sí, sí, dejá nomás yo pago, no te preocupés.
–Uy, al final no hablamos nada de lo tuyo, pero bueno, ¿sabés qué? ponelo en el Facebook ¿tenés Facebook, no? poné tu escrito en el Facebook y lo veo ¿sí?
–No Facebook no… pero…
–¿Dale, sí? Bueno viejita, cuidate.
Estaba yo murmurando algunas frases irreproducibles cuando llegó el mozo con el café.
–¿Lindo día hoy, no?
–¡Muy lindo, la verdad es que ha sido un día primaveral! –dije yo, dirigiéndole por primera vez la mirada al tipo, al cual sentí súbitamente como un viejo amigo. Su comentario trivial había mitigado en un instante el sentimiento de aislamiento y enojo en el que había caído en ese momento.
–Pero ahora de nochecita vio que se pone fresco –dijo,
–Sí, sí. Se nos viene la noche –respondí, no pudiendo evitar aplicar la frase a temas más graves– ¿Y me puede traer la cuenta por favor?
Empecé a ordenar las hojas y me quedé leyendo aquellos depreciados párrafos no sin sentir un cierto sabor amargo. Ahí me di cuenta que no le había puesto azúcar al café.
Momentos después estaba poniéndome el abrigo para salir de aquel local céntrico. Cuando me iba acercando a la salida me vi venir en un espejo que estaba cerca de la puerta, y llegando a una distancia razonable me saludé con el pulgar en alto y con una sonrisa a lo Charlton Heston.
No me costó seguir con mi aire hestoniano para darle paso gentilmente a una bella chica que justo entraba al local, tenía ella un innecesario mechón rojo que le caía sobre el rostro y un lamentable piercing en la nariz. Me vi obligado a darle paso también al muchacho que entró después de ella, evidentemente venía con ella, y vi que ostentaba también más de una pieza de ferretería en su nariz y orejas. Mientras pasaban frente a mí se me dio por pensar que probablemente ninguno de esos dos había visto jamás Ben Hur (1959, protagonizada por Charlton Heston).
Afuera el aire estaba realmente frío. Aún me sonaba el “todo bien” el organizador del  “Parrock”… y la verdad es que no todo estaba bien, muchas cosas eran las que, lamentablemente, parecían no estar bien.
Me calcé la gorra y me encomendé al Ángel de la Guarda. Ya llegará la Luz del Día –me dije– pero ahora… ahora, hasta donde alcanzo a ver, no hay más remedio que afrontar la Noche.




2 comentarios:

  1. Me encanta tu artículo. Fenomenal!!!

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  2. Brother, me encanto el artìculo. Soy mùsico, soy viejo (60), he compuesto muchas canciones para Dios, sin gran "exito", todas del corazòn y del espiritu. He sido por años miembro de ministerios de mùsica. Entiendo lo que decìs, muy de acuerdo. Siempre he pensado que la mùsica cristiana es la que debe inspirar a la musica del mundo y no la del mundo la que inspire a la mùsica cristiana, y menos aùn la mùsica sacra. Debemos tener nuestra propia forma o género de expresiòn, preferiblemente inspirada en la oraciòn.

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