Tal vez no sea algo
demasiado poco frecuente el hecho de que alguien, aun teniendo voluntad de
obrar bien, obre mal, o, al menos, en una forma que puede resultar
incomprensible para los demás.
Conviene saber que
existen ciertos defectos que se manifiestan en la propia mente bajo la forma de
falsas razones. Ahora bien, si uno posee alguno de esos particulares defectos y
no es consciente de ello, tropezará constantemente con innumerables problemas,
a los cuales no les encontrará una explicación que se adecue cabalmente a la
realidad.
Por ejemplo, alguien podría caer, un día, en la cuenta del
potencial peligro que representan las arañas.
Probablemente
empezará a tomar ciertas precauciones, investigará el tema, verá que la gente,
en general, no conoce el asunto y comenzará, entonces, a dar difusión de los
peligros que ha visto.
Hallará personas
que, como él, se dedican a lo mismo y conocen muchísimo sobre el tema. Lo cual
servirá para nutrirse aún más de esos valiosos conocimientos.
Finalmente, llegará a la conclusión de que, para evitar el peligro arácnido, hay que tener
prudencia.
Un día, toma
conciencia de que la virtud no es algo que se queda a medio camino. Y se da
cuenta, entonces, de que no basta con ser bastante prudente, sino que hay que
ser prudente redondamente.
Y, decidido a
ejercitar prudentemente la prudencia, va y corrobora con los sabios lo que
ha pensado.
Los sabios
confirman que tiene razón: la virtud es un término medio que está entre dos
vicios… pero, decididamente, no es un término medio entre lo que está bien y lo
que está mal…
Munido de tal
contundente e inobjetable argumento, sale decidido a ejercitar la prudencia
a como dé lugar.
De buenas a
primeras, se encuentra con una situación que es, sin embargo, largamente
sospechada.
No hay casas de
amigos, parientes o vecinos cuyas paredes se hallen completamente libres de
cuadros... Y, en el reverso de tales cuadros, con alguna frecuencia, encuentra rastros de actividad arácnida... Entonces empieza a exigir la
quema de tales cuadros y, además, conmina a colaborar con una campaña de
concientización que ha decidido realizar.
Esto lo lleva a pelearse con todos y a distanciarse de todos... porque se da cuenta, con toda
claridad, de que todos los otros, además de imprudentes, muestran escaso o nulo
compromiso con lo que, con toda razón, les pide.
Todo el mundo lo
mira como a un loco, pero él sabe que tiene razón... Por lo tanto, no oye las advertencias de nadie... ni
siquiera de los sabios que le explicaron sobre las virtudes, ni tampoco de
los que conocen mucho más que él sobre los peligros arácnidos.
Ése es un punto
crítico y es una señal de alarma...
Por supuesto que el
número no hace a la verdad. De manera que, claramente, puede que sea él quien esté en lo
cierto y todos los otros, equivocados.
Pero sería una
necedad (tontería) no contemplar
seriamente la posibilidad de que sea él quien, en algún punto, esté equivocado.
Porque sucede que
la lógica que ha aplicado es perfecta y, por lo tanto, implacable... pero hay
algo que no está bien...
Resuenan aquí las
palabras de Chesterton: "loco es el que ha perdido todo menos la
razón".
Pero percibir de
alguna forma esas señales de alarma permite que uno pueda intentar corregir
esas falencias o, al menos, tratar de convivir con esas falsas razones lo mejor
posible…
Una plena confianza en Dios disolvería esas
falsas razones, cuyo ponzoñoso engaño perdería efecto…
Pero, mientras
tanto (mientras uno no logre esa confianza que, sin dudas, lo sanaría)… si uno
ha tomado conciencia de que padece de alguna particular exageración a la que no
termina de enfocar nunca del todo... es posible que, aunque sepa que no es lo
aconsejable, ande por la vida con unas innecesarias precauciones… (así, probablemente no mirará ni siquiera un
comic de Spider-Man... acaso fingirá no estar interesado en los partidos en los
que juegue Julián Álvarez... y es muy probable que jamás pase frente a una
facultad de la UTN...) pero, con toda seguridad, no andará exigiendo que
todo el mundo se amolde a sus ocurrencias.
El ejemplo puede
parecer exagerado, y, por lo tanto, dar la impresión de tener escasa
aplicabilidad a lo cotidiano. Sin embargo, puede que muchos malentendidos
(incluso a nivel doméstico) entre personas de buena voluntad provengan de esas
falsas razones, que uno tiene, o que los otros tienen, aún sin identificar.
“No os quejéis,
hermanos, unos de otros para no ser juzgados; mirad que el Juez está ya a las
puertas.”
(Santiago 5, 9)